Este film fue asesinado comercialmente con absoluta injusticia. No es una mala película, aunque tampoco es excelente. Luc Besson tiene un amor gigantesco por el cine de Hollywood y la ciencia ficción: llevar al cine este cómic francés mítico era una manera de reafirmar un gusto, compartirlo con la audiencia y decir “aquí, en Francia, inventamos todo”. Es cierto: la historia de estos dos agentes espacio-temporales, especie de espías adolescentes que son Valerian y su ¿novia? Laureline está hecha de retazos de cosas ya narradas. Pero Besson no sólo trata de rescatar el diseño hermoso de la tira original sino que trata de inventar maneras de sumergir al espectador en la acción a niveles casi surrealistas (esos giros de 360° de la cámara, los entornos virtuales, los personajes salidos de sueños y pesadillas) que vuelven la experiencia algo así como la versión hiperlisérgica de “Star Wars”. Besson, sin querer, hace una pregunta pertinente al tanque de hoy: ¿Hasta dónde podemos ir hoy que cualquier imagen es posible? Y su problema es que su imaginación se vuelca más en el diseño que en la empatía por sus personajes. Salvo en Laureline, una increíble Cara Delevigne, pura humanidad con belleza, ingenio y humor. Experimento desquiciado.