A través del universo
¿Es Luc Besson uno de los directores más creativos de los últimos tiempos? ¿Es el realizador que mejor ha doblegado a la industria cinematográfica mundial con la subversión de normas y la búsqueda de camino propio?
Las respuestas seguramente serán afirmativas para todos aquellos que las intenten responder, pero también se llegará al consenso que en los últimos años, tal vez por el rol preponderante de productor que tuvo, sus últimas películas han caído en un sin fin de lugares comunes y refritos que deterioraron esa misma capacidad visual que poseía para sorprender a los espectadores. El caso de Valerian y la ciudad de los mil planetas (Valerian and the City of a Thousand Planets, 2017) no escapa a esta lógica, y si bien sabemos de antemano que es el proyecto que más ganas tenía de hacer, el resultado, muy a su pesar, no es el esperado.
Besson ingresó al cine por la inspiración que sintió luego de leer el cómic original de Pierre Christin, ilustrado por Jean-Claude Mézièresla, y tras muchos años de luchar con la historia y las miles de adaptaciones que corrieron por su cabeza durante todo ese tiempo, finalmente Valerian llega a los cines convirtiéndose en un híbrido de sus últimas películas y algunos destellos de originalidad.
En la historia Valerian (Dane DeHaan) se convierte inesperadamente en el protector de una civilización a punto de desaparecer definitivamente. Junto con su compañera Laureline (Cara Delevinge) dejan sus días de descanso para atravesar galaxias y, además, transformarse en todo lo que jamás creyeron ser. Así Valerian y la ciudad de los mil planetas termina por convertirse en el viaje iniciático de un joven que necesita darse cuenta de sus capacidades para poder sortear obstáculos y timadores que tratan de impedir que logre la misión que tiene.
En ese viaje, los efectos visuales están a la altura de la propuesta, y aún la supera, apelando una vez más, a un despliegue imaginativo del cual participaron artistas y estudiantes de todo el mundo, sumándose a la visión particular de Besson sobre el cómic y la historia.
Por momentos la película bucea en el kitch de obras populares como Flash Gordon o Galáctica, y ahí es donde acierta, en la nostalgia como posibilidad para construir su propio universo, alejándose de Star Wars (que originalmente tomó prestado de Valerian, el comic “algunas” ideas), y apostando a avances tecnológicos para reconstruir los mágicos diseños de Mézièresla.
Igualmente no se le debe restar mérito a Valerian y la ciudad de los mil planetas por el ímpetu con el cual Besson siguió sus sueños. Todo lo contrario, en esa búsqueda por completar el ideal de las imágenes que alimentaron sus pupilas de niño, hay una película que se traduce en un homenaje al cine, con algunos problemas narrativos que resienten la propuesta pero que potencian la libertad visual.
Valerian es un joven que debe salir de su lugar para asumir un rol para el que aún no está preparado, al igual que Besson en sus comienzos, un camino con el que el guion busca empatizar con el espectador, porque desde la misma inseguridad y torpeza inicial, el camino errático construye la estructura del film, en el que los conflictos son sólo excusas para la trama mayor, la amorosa, en la que Valerian y Laureline se juran pasión eterna en medio de la explosión de un despliegue visual increíble.