LA PRINCESA QUE QUERIA VIVIR
Es de Pixar, pero mucho no se nota. Estamos tan acostumbrados a esas joyitas del genial John Lesseter (“Toy Story”, “Wall E”, “Up”) que esta vez da la impresión que el sello Disney ha hecho valer sus gustos. No está mal. Encuadres, dibujos y movimientos, deslumbran por la perfección. También la heroína es un hallazgo. Pero se extraña esa cuota de encanto, ingenio y poesía que fueron las cualidades salientes de un sello que revolucionó a puro talento el cine de animación. Aquí hay acción, embrujos, peleas, algo de humor. El tema central es que el destino lo debe hacer cada uno a despecho de mandatos y tradiciones, que cada uno debe escuchar sólo a su corazón y no medir riesgos. En el centro está una princesa pelirroja, libre y arriesgada, que es capaz de cualquier cosa con tal de desobedecer a una mami -reina, dulce y manejadora- que le está organizando un matrimonio de conveniencia. El filme carga contra el machismo de esa época: los guerreros son una manga de peleadores sin cabeza y al final será la bruja la que transformará a esa buena reina en buena madre. Una película que sabe sacarle jugo al 3D, llevadera, ágil, visualmente cautivante, pero convencional.