Valiente

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

De pelos

La segunda vez que vi Valiente dejó de parecerme uno de los mejores estrenos del año para pasar a ser una buena película (para la alicaída cartelera local y el panorama de las vacaciones de invierno, no es poco). Será que la primera vuelta me quedé como atontado con, entre otras cosas, los pelos de Mérida: digo los pelos, en plural, porque por esta vez una película de animación no ofrece una melena sino un montón de pelos individuales, increíblemente detallados y elaborados que juntos, sí, conforman esa bola de fuego enrulada que sigue y rodea la cara de la protagonista. Hay que ver los planos en los que la película se embelesa retratando los pelos, porque allí se habla de la historia de la animación: primero, como nunca antes la técnica animada permite dirigir la atención a algo con tanto detalle y minucia para utilizarlo dramáticamente; segundo, la cabeza de Mérida, con su infinidad de pelos que se mueven, retuercen, levantan o solamente cuelgan, funciona casi como un manifiesto que podría rezar así: “de ahora en adelante, nada será imposible para una película animada”. Algo similar se nota en el trabajo con otros personajes: los tres hermanitos, el padre, los peludos de Lord Macintosh y su hijo, hasta el caballo de Mérida; sus cabelleras frondosas y cuidadas, incipientes, gastadas son tan importantes como cualquier otro atributo que los define.

Seguramente haya sido el pelo de Mérida y del resto el que me escondió algunas zonas débiles de la película. Nada demasiado grave, igual; por lo menos, ningún pecado que otras películas de animación no hayan cometido antes. Se trata, sobre todo, del conflicto madre e hija, que en Valiente, a pesar de ubicarse en la Escocia del siglo 10, aparece pintado con unos trazos de actualidad que atentan contra la coherencia de ese universo. Una princesa se rebela contra el mandato familiar y desobedece los deseos de sus padres; este cuento lo conocemos todos, no hay nada nuevo allí. Pero el guión (escrito a ocho manos) hace que esos personajes, sus conflictos y argumentos sean anacrónicos: Mérida desafía en público la tradición y su peor castigo es un reto de su madre; el padre es apenas un personaje bonachón y torpe, y uno se pregunta cómo habrá hecho para unificar y comandar al resto de las tribus; Elinor, la madre, discute con su hija como si se tratara de una igual, una hermana, y la pelea que tiene lugar en la habitación de Mérida bien podría pertenecer a un drama adolescente. Lo mismo va para el cambio de opinión de Elinor sobre el matrimonio y los caprichos de Mérida; esa historia y la manera en que se desenvuelve termina por incrustar en un paisaje extraño (una campiña escocesa de hace más de mil años) los signos con los que entendemos (o creemos entender) el mundo hoy. Es decir, la película opta por no preguntarse nunca por ese lugar y esos personajes; en vez de eso, va a contar una historia con una serie de respuestas arrancadas del presente que nos informan de una notoria falta de imaginación (sí, junto con Cars 2, Valiente es la otra película de Pixar con serios problemas para imaginar un mundo autosuficiente).

Eso, sumado a la moralina que surge al principio y en el final (especialmente a través de una voz en off un poco molesta), la ligereza con que se introduce y se quita del medio el personaje de la bruja, y algunas canciones bien a lo Disney que se escuchan de fondo, le arrebatan a Valiente la posibilidad de erigirse como uno de los mejores estrenos del año. Porque, además de los pelos, hay otra cosa que hace la película dirigida por Brenda Chapman; algo que nadie pensó o supo cómo llevar a cabo antes. Elinor se convierte en osa y, a diferencia de lo que podría hacer Dreamworks, por ejemplo, ese oso se comporta y se mueve como un oso. Después de ver tantos bichos que son humanizados hasta ser transformados en caracteres con apenas uno o dos rasgos animales visibles, Elinor se convierte en osa y así permanece, fatalmente (rara coincidencia, el animal menos humanizado de todos los que pueblan Madagascar 3 también era una osa). Mejor todavía: Elinor ahora es una osa y debe aprender a actuar como tal, a aprovechar las ventajas y sortear las dificultades que implica tener un cuerpo así. El drama surge de manera terrible cuando se constata lo peor: la nueva faceta osuna de Elinor empieza a consumirla, a ganarle la batalla a la mujer que todavía intenta continuar con sus rituales cotidianos (incluso con las normas de cortesía). En la animación reciente hubo pocos momentos tan desesperantes como esos en los que se muestran las pupilas de la reina madre desvanecerse en los ojos de un oso, perdiendo cualquier brillo de inteligencia y humanidad. Claro, si este conflicto funciona, si nos lo creemos, eso es solo debido al respeto por la fisicidad de un oso que demuestran los animadores de Pixar que, en cierta forma, recorren el camino inverso a lo hecho por el resto de los estudios: en lugar de tomar el cuerpo de un animal e imprimirle una movilidad humana, en Valiente una mujer cobra la forma de un oso y, aunque trata, fracasa cuando quiere recuperar sus gestos y hábitos femeninos.

Por lo mismo puede explicarse que las escenas con Elinor dentro del castillo resulten tan cómicas. Es como si Valiente pusiera en práctica una especie de premisa surrealista: vamos a soltar un oso en un castillo escocés del siglo X, a ver qué pasa. La imagen de Elinor tapándose apenas medio cuerpo con su bata, tratando de mantener el equilibrio y el porte distinguido a la vez, y la manera en que rebota por los pasillos y tira cuanta cosa encuentra; esos momentos son antológicos y merecen estar en cualquier historia de la animación. Ese respeto al tiempo que aprovechamiento de las posibilidades del cuerpo de un oso, está en la escena en que Mérida habla con los pretendientes y sus soldados y los convence de dejar de pelear y de cambiar la tradición; Elinor osa le hace gestos a su hija para que sepa qué decir a su público, y la escena se convierte en una suerte de dígalo con mímica en clave surrealista que, a su vez, es capaz de producir emoción de manera genuina (hasta esa parte, el momento de mayor conexión entre madre e hija es ese, o sea, que están verdaderamente juntas cuando intercambian gestos a la distancia y entre medio de la gente).

Un combate forzado y resuelto a las apuradas es el mejor síntoma del desequilibrio que acusa la película. Valiente demuestra ser dueña de una inteligencia específica, que se concentra en cosas particulares como el trabajo con el pelo o lo que se hace con Elinor osa, pero que falla a la hora de crear un universo consistente que no se ofrezca como mero espejo camuflado del presente. Será por eso, entonces, que el final emociona más allá de los problemas narrativos: el abrazo de Mérida y Elinor, que se encuadra en unos pocos planos bastante cerrados, expulsa esa Escocia con sus brujas, tribus guerreras, canciones lavadas y anacronismos varios. Solo quedan ellas dos y lo que Valiente mejor supo crear a lo largo de su hora y media de duración: la osuna Elinor y los pelos de Mérida, que cuelgan casi como en señal de la tristeza y la culpa infinitas que ahogan al personaje.