Por suerte para los espectadores en general, este film es mucho mejor que Cars 2. El problema es que casi cualquier película animada realizada con cierta responsabilidad estética es mejor que Cars 2. Aquí se narra la historia de una princesa que no quiere casarse y una madre que le busca un marido. Es decir, una fábula feminista bastante evidente en gran parte de su metraje: solo cuando la condición femenina pasa a ser un elemento secundario y la historia es sobre personas que están obligadas a comprenderse la una a la otra, la película cobra vuelo y se acerca a los mejores productos del estudio Pixar. Algunas invenciones cómicas (los hermanitos mudos de la protagonista) funcionan bastante bien; otros no. Y hay incluso elementos que parecen insertados para hacer más dinámico un cuento que, quizás, en el principio no lo era (los fuegos fatuos, por ejemplo; la propia bruja, que desaparece de la historia de un modo por lo menos abrupto). Es decir: si bien hay elementos de gran belleza en la película y secuencias que convocan una emoción sincera, todo suena trabajoso, como si las secuencias no durasen lo que deberían durar (o muy breves o muy largas, muy pocas con la duración precisa). Todo parece producto de la lucha entre el relato por sí mismo, para que el espectador saque sus propias enseñanzas, y el cuento didáctico que debe ser interpretado de una y solo una manera. Es raro eso en Pixar porque, hasta hoy, siempre se eligió el segundo, universal camino (¿recuerdan Ratatouille?). Otro film infantil, con todo lo bueno y lo malo que eso implica.