Vampiros reivindicados
Retomando los mejores elementos de una gran tradición, el film logra amalgamar la aventura, el humor y la metáfora política.
Menos mal que hay quien, todavía, se toma a los vampiros en serio. Después del telenovelón mal filmado de la saga Crepúsculo, después de las subexplotaciones televisivas del tópico “chupar sangre no implica que seamos malos, y encima somos lánguidos y lindos”, es bueno ver chupasangres malos y humanos peleándoles palmo a palmo la supremacía mundial.
Veamos: en Daybreakers, los vampiros dominan el mundo y
usan a los seres humanos como La Serenísima las vacas. Como corresponde, cada vez hay menos gente para alimentar a los cada vez más chupasangres. La alternativa es encontrar una cura al vampirismo, algo en lo que se terminan aliando unos cuántos resistentes humanos y algunos vampiros con conciencia social.
Dejemos de lado la aplicabilidad política y la –evidente– metáfora del capitalismo salvaje (últimamente las metáforas políticas son tan evidentes que llamarlas “metáforas “ es, paradójicamente, una licencia poética).
Lo que importa en este film es otra cosa: que el mundo que presenta es consistente, que los personajes parecen existir realmente y que la historia promete (¡y cumple!) una buena dosis de aventuras, casi como si estuviéramos viendo una clase B sin pretensiones que sólo quiere divertirnos.
Sin embargo –y esto es lo que suele olvidarse a la hora de ponderar el espectáculo–, no hay manera de que un film de este tipo nos interese si no creemos que los personajes que viven, sufren –y gozan– esta historia existen de verdad.
El diseño de imagen –sobrio y enorme al mismo tiempo, una especie de fiesta de tonos glaucos– complementa muy bien la oscuridad malévola del villano que juega el (gran) Sam Neill. Mientras que Ethan Hawke, como el complicado (que no demasiado complejo, pero de estas simplezas se nutre la épica divertida de la película) héroe, también genera en el espectador el aura siempre escasa de la credibilidad en este tipo de producciones.
Es decir: como espectadores, creemos que estos personajes existen. Y es esa creencia absoluta la que nos permite el libre juego de divertirnos con sus pesares y alegrías, con los tiros, las corridas y las explosiones. Es decir, creemos que lo que pasa en la pantalla realmente pasa en este o algún mundo.
Y, además de todo, Daybreakers se da el lujo de la invención constante (los vampiros, por ejemplo, se afeitan no con espejo sino mirándose en el monitor de una camarita de video, ejemplo del humor zumbón del film) y de mostrar la especulación sobre el futuro como campo para la aventura.