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Hubo un tiempo en que los vampiros dominaron el cine: desde la expresionista Nosferatu hasta las adaptaciones más oficiales de las novelas de Bram Stoker, pasando por los primeros films con el recordado Bela Lugosi para la Universal, hasta los híbridos cuasi deformes de la productora británica Hammer y otros derivados.
Llegado el año 2000, con el inminente nuevo siglo, todo cambió: los colmillos afilados siguieron mostrándose pero, cuando de menos, de manera "posmoderna". Así los no-muertos supieron caminar a la luz del día y algunos hasta aprendieron a matar a sus pares para proteger a los humanos (Blade y sus secuelas), aprendieron a hacer amiguitos desde la infancia (la increíble Let The Right One In), e inclusive se enamoraron adolescentemente con muchachas pálidas y bonitas (la triste saga de Crepúsculo).
Ahora, Daybreakers, parece mezclar los elementos posmodernos que caracterizaron a las antes mencionadas, agregando algunas ideas originales y una que otra vuelta de tuerca más que bienvenida al género.
Hay en Daybreakers, de todos modos, un merecido respeto a las reglas básicas del vampirismo: las estacas son letales al corazón de los monstruos, la sangre permanece irresistible para los colmillos, y la luz resulta fulminante ante la más mínima exposición. En un mundo habitado por vampiros, donde los pocos humanos que quedan corren serios peligros de extinción, Edward (Ethan Hawke) se rehusa a ser partícipe de un sistema endemoniado que cultiva humanos para sustraerles la sangre. Pero su jefe, Charles (Sam Neill), por otro lado, está convencido de que la solución de "hallar un sustito" a la sangre sería sólo momentánea: siempre habrá quienes noten la diferencia y en pose gourmet soliciten "la cosa real". Y como Charles es quien toma las decisiones de su compañía succionadora de sangre, todo parece indicar que, mientras queden humanos, éste recurso será explotado al máximo. Cualquier paralelismo metafórico con la situación actual del petróleo no es casualidad.
Cómo hará Edward para "cambiar el sistema" es el atractivo principal del film, que incluye una sorprendente participación del gran Willem Dafoe como un ex-vampiro que parece haber encontrado una misteriosa cura a la "enfermedad".
A pesar de que el uso y abuso de la cámara lenta opaca un tanto los resultados generales del film (la estética cool puede tornarse molesta al rayar en lo innecesario), Daybreakers es un grato respiro entre tanto vampiro adolescente e inofensivo, y contribuye con buenas dosis de hemoglobina al cine gore que tango gusta a los fans del género.