Sangre que no has de beber...
En una población vampírica, Ethan Hawke (vampiro) lucha. Y vuelve.
James Cameron estaba equivocado. El recurso natural más preciado en el futuro no será la piedrita por la que masacrar a los Na'vis, como muestra en Avatar, sino la sangre humana. "Tengo hambre... Necesito sangre", dice un ¿hombre? en vías de extinción, demacrado, una noche lluviosa. Es 2019, y en los carteles del subte -donde los ojitos de los pasajeros que esperan el tren brillan en la oscuridad- el Tío Sam invita a capturar humanos.
¿Qué pasó? En algún momento de la edición o reedición de Daybreakers, Vampiros del día, eso quedó afuera, pero sí se sabe que hace 10 años (esto es: el año pasado) todo comenzó con un murciélago. La mayoría de la población mundial son vampiros, y necesitan beber sangre humana de aquéllos que no se convirtieron. Pero como éstos escasean, hay crisis de líquido y plasma y aumentan los precios. La compañía que "chupa" humanos, y en la que trabaja nuestro (anti)héroe, Ed (Ethan Hawke), está buscando un sustituto para no desaparecer del mercado. Es que si en un mes no consiguen esa sangre artificial, habrá epidemias de deformes deambulando por las noches, ya que los vampiros -se sabe- están confinados a la vida nocturna.
Con un enfoque más futurista que retro, los gemelos alemanes Michael y Peter Spierig ponen mucho metal, mucho azul, mucha sangre y varios cuerpos mutilados, como fileteados y flambé. Ed es un hematólogo: mientras su hermano Frankie caza humanos para la compañía, él los cultiva. Pero Ed nunca quiso ser vampiro -si pagan la entrada sabrán por qué se convirtió- y está tras la cura más que querer conseguir un sustituto sanguíneo.
Ed estaba lo más tranquilo cuando unos humanos se le cruzan, y uno de ellos resulta ser Elvis. Lo interpreta Willem Dafoe, que fue chupasangre en La sombra del vampiro, y que aquí, por obra del sol, dejó de ser vampiro y se reconvirtió en humano. Creer o -literalmente- reventar.
Por fortuna, para los amantes del vampirismo hay bastante material para succionar; para aquéllos que se acerquen a Daybreakers buscando un plato suculento, de emociones fuertes, también; aunque algunas escenas se aproximen a las sagas de terror, tipo El juego del miedo, todo se ve bien, truculencias al margen.
Como el malvado de turno -un capitalista hecho y derecho, con problemas familiares ya que su hija adolescente no quiso convertirse, y él, como tenía cáncer, dice que encontró la salvación en el vampirismo- está Sam Neill. Está contenido, no es grandilocuente, lo mismo que Dafoe, al que cuando le dan un espacio puede hacer descalabros. No es el caso.
Pero el protagonista es Ethan Hawke, que como en Gattaca está ante un mundo que cambia y que él quiere tratar de resolver de la mejor manera. El guión a veces lo ayuda, otras, no, lo mismo que la música de Christopher Gordon, rimbombante sin necesidad, pero bien que sale adelante en su quimera antimaradoneana. El no quiere que sigan chupando.