De aquí a la eternidad
Willem Dafoe suma otra interpretación magistral con Van Gogh, en la puerta de la eternidad (At Eternity’s Gate, 2018) en el rol del pintor post-impresionista holandés Vincent van Gogh. El actor está en su elemento cuando hace de enfants terribles, figuras trágicas que desafían la ortodoxia de sus tiempos con su arte o filosofía. Su actuación es una extensión natural de su intensa versión de Jesús en La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988).
El film de Julian Schnabel es una biopic en el sentido estricto del género. Sigue los erráticos pasos van Gogh durante sus últimos años, concentrándose en su fatídico peregrinaje hacia el sur de Francia en busca de inspiración. Más que dramatizar los eventos canónicos de su vida, la película provee una experiencia (valga la expresión) impresionista de la turbulencia sensorial que dominaba al artista. El resultado es una aproximación convincente de lo que debe haber sido su estado emocional hacia el final de su corta y miserable vida.
Propulsado por su hermano Theo, Vincent se interna en la campiña francesa y entra en comunión con la naturaleza en escenas que exacerban sus epifanías - por no decir su estilo - con un trabajo de cámara accidentado y desenfocado. El resultado no es disimilar a sus obras, en esencia sino en estilo. La primera escena, súbita y sin contexto, simula la perspectiva de van Gogh en primera persona al aproximarse a una campesina que quiere retratar en medio de un brote de locura. Varias escenas tienen algo de la inmediatez y energía que emanan sus obras.
Van Gogh es rodeado de objetos y personajes que reflejan elementos críticos de su vida o personalidad. Los personajes y los conflictos parecen materializarse de la nada y volver a la nada, respetando la perspectiva de un pintor tan obsesivo que no comprende la definición del fuera de campo. La realidad de Vincent es caprichosa y aleatoria porque refleja su propio inestable id. “Subjetiva indirecta libre” la llamaba Pier Paolo Pasolini, el cineasta que solía plasmar este tipo de perspectivas en su cine y a quien Willem Dafoe interpretó en Pasolini (2014) - otro enfant terrible tan adelantado como trágico.
El elenco está repleto de excelentes actores en pequeños papeles que más que participar en la vida de van Gogh la atestiguan a distancia, siempre con una mezcla de desprecio, perplejidad o indiferencia. Oscar Isaac compone al más importante, Paul Gauguin, el amigo que Vincent admira y quiere tener pero que sólo aparece en los buenos momentos y nunca en los malos. Emmanuelle Seigner es su hotelera, llena de asco y desdén. Mads Mikkelsen es un cura que, al final de una excelente escena, debe decidir si liberar al pintor de su prisión o no.
Hermosa, conmovedora y turbulenta, la película tiene la energía de una caída libre, como si supiera que la puerta de la eternidad del título aguarda al final. En un raro momento de claridad van Gogh acepta su destino como un artista que trabaja no para su generación sino para las que siguen. Resignado a un rol mesiánico e incomprendido, Vincent se queda corto de recitar “Perdónalos, no saben lo que hacen”. Pero la verdadera tragedia es que nadie hizo nada.