La turbulenta vida de Vincent van Gogh fue retratada por el cine muchas veces. Tal vez la más memorable sea "Sed de vivir" ("Lust For Life", de 1956), de Vincente Minnelli, con Kirk Douglas y Anthony Quinn. Ahora el director Julian Schnabel, especializado en biografías ("Antes que anochezca", "Basquiat"), se acerca a la figura del artista con un tono propio, concentrándose en la mirada subjetiva del pintor. "Van Gogh, en la puerta de la eternidad" no es una biopic en el sentido estricto del género. La película refleja sólo sus últimos años, cuando fue a buscar inspiración al sur de Francia, y pasó sus días entre la creación febril, los paisajes a cielo abierto, el alcohol y las internaciones en psiquiátricos. Schnabel recurre mucho a la cámara en mano, los monólogos internos y los primerísimos planos. Su cámara intenta ser el ojo errático y atribulado del mismo Van Gogh. El problema es que el director a veces abusa de estos recursos y la narración se torna reiterativa. Además, sobre el final, su protagonista parece demasiado autoconsciente de su genio incomprendido. De todas maneras, la gran carta ganadora de esta biopic es el trabajo enorme y definitivo de Willem Dafoe. Dafoe (nominado al Oscar por este papel) no se permite ni un segundo de impostación. Todo su desborde y sufrimiento es creíble. Además está rodeado por un elenco de lujo que acompaña en pequeños papeles: Oscar Isaac, Mads Mikkelsen y Emmanuelle Seigner.