Hay un factor que eleva este film sobre otras biografías de Vincent Van Gogh, y eso que hay muchas, incluyendo la que le dio el Oscar a Anthony Quinn por su papel de Gauguin, “Sed de vivir” (“Lust for life”) de Vincente Minnelli. Es el factor Jean-Claude Carrière, el mítico guionista de las mejores películas de Luis Buñuel que, en el siglo XXI, sigue siendo un maestro ineludible del buen cine.
“En las puertas de la eternidad” se centra en la estada de Van Gogh en una pequeña localidad del sur de Francia, donde era visto como un bicho raro por los naturales del lugar, y salvo cuando lo acompaña su amigo Paul Gauguin la pasa bastante mal, lo que impide que trabaje allí con sus pinturas. Hay un recurso del guion que ya había sido esbozado por Minnelli, pero que aquí ocupa un lugar central en todo el film, que son los flashbacks repetidos de frases y situaciones que atormentan al protagonista, lo que apoyado por el frenético estilo visual del director Julian Schnabel le da al film un aire espectral que conmueve al espectador por una vía distinta de la de la mera narración de una biografía muy conocida.
Hay diálogos brillantes, por ejemplo, los que sostiene Van Gogh con otros pacientes del manicomio en el que es recluido. Y además de las imágenes más atractivas que provocan un contrapunto entre el cine y las pinturas del artista holandés, hay una actuación formidable, la del nominado al Oscar Willem Dafoe, que logra uno de sus máximos trabajos. Su absorbente mirada en algunos de los momentos culminantes del film seguirá en la mente del público mucho después de haber salido del cine.