Van Gogh en la puerta de la eternidad: Expiación, reconocimiento y maestría.
Un verdadero tour de force para Willem Dafoe (el cual le significó una nominación al Oscar como Mejor Actor), que hace un trabajo excelso al componer al pintor holandés y sus tribulaciones.
El alma torturada del artífice, la catarsis a través del hecho artístico y la búsqueda de identidad en todo proceso creativo. Todos elementos comunes a la vida y obra de los diferentes autores y creadores, en especial aquellos consternados y atormentados espíritus que vagaron a lo largo de la historia de la humanidad en la búsqueda de reconocimiento. El pintor holandés post-impresionista, Vincent Van Gogh (Willem Dafoe), se mudó en 1886 a Francia, donde vivió un tiempo conociendo a miembros de la vanguardia pictórica, incluyendo a Paul Gauguin (Oscar Isaac). Una época en la que pintó las espectaculares obras maestras que son reconocibles en todo el mundo hoy en día; y lo que se propone Julian Schnabel (La Escafandra y la Mariposa -2007) es contar ese periodo en el cual Van Gogh tuvo que luchar contra la pobreza, el anonimato y su desequilibrado estado mental. Como era de esperar, el director nos ofrece un relato sentido y emocionante sobre uno de los artistas más importantes de la historia, lo cual no hubiese sido posible si no hubiera contado con un protagonista tan destacado y talentoso como Willem Dafoe (The Florida Project -2017). Una interpretación exquisita, medida e inescrutable.
Igualmente, cabe destacar el trabajo a nivel guion que hizo el director junto con Jean-Claude Carrière y Louise Kugelberg, en el cual narra los acontecimientos desde el punto de vista de Vincent y con las lagunas mentales o la subjetividad de su propia persona. Eso enriquece la narración al hacer uso de ese narrador poco confiable que tiene una aparente bipolaridad o limitación psíquica. Por otro lado, ese estupendo trabajo de fotografía de Benoît Delhomme (The Theory of Everything – 2014) reproduce esa paleta de colores cálida característica del pintor expresionista, y embellecida por las subjetivas, la cámara en mano y esa visión distorsionada por medio del gran angular que nos mete de lleno en la percepción y la cabeza del pintor holandés. Un acertado trabajo visual que eleva todo el relato aún más.
Puede que la segunda mitad se sienta algo más pesada y que se pierda un poco el rumbo en el final, cuando no se le dedique demasiado tiempo de pantalla al desarrollo de su muerte y los acontecimientos que la rodearon. No obstante, esto es funcional a la reproducción de esa desorientación que presenta el personaje principal en su vida personal y juega a reproducir ese sentimiento en el espectador.
Como biopic resulta bastante refrescante e innovadora en lo que respecta a la narración, y también resulta ser conmovedora y emotiva a nivel humano. Algo similar a lo que ocurrió con Loving Vicent (2017), que además de ser estéticamente impresionante representaba un film más que correcto en términos narrativos y dramáticos.
Así es como At Eternity’s Gate (titulo original de la cinta) representa un atractivo e interesante film que nos muestra el sinuoso sendero que transitó Van Gogh en su camino hacia el reconocimiento. Un reconocimiento que (como en todo gran artista) llegaría de forma póstuma e ingrata para el que fue uno de los grandes pintores del siglo XIX. Tal como lo dice el autor en una de las escenas más complacientes y sinceras del film: “El motivo representado desaparece, se esfuma pero la obra artística es eterna, inmortaliza lo efímero y transitorio”.