La afamada directora francesa Agnès Varda, fallecida en marzo, próxima a cumplir los 91 años, decidió realizar un último trabajo pese a su enfermedad, un documental en el que pudiera contar sus experiencias y el modo de filmar que tuvo en su carrera. Una película que ella misma dirigió y compaginó con pasión, la misma que puede apreciarse en una charla magistral que dio en un teatro a sala llena, cuyos concurrentes fueron estudiantes de cine y gente especializada en el séptimo arte.
Como una suerte de legado hecho a conciencia, nos deja fragmentos de sus obras en la que explica de qué manera las creó y fue modelando en el lugar de filmación, porque muchas veces se guió por su intuición y sensibilidad al improvisar alguna escena o acción, tanto dentro de un escenario ficticio como en locaciones reales..
La charla dentro del teatro se da con algunos invitados, y también sale a exteriores para recorrer escenarios utilizados en algún film en el que recuerda, sola o acompañada por algún artista, cómo logró rodar unas tomas o pudo potenciar al máximo las actuaciones de los intérpretes.
Siempre con un tono cordial, de buen semblante y amena, narra las vivencias en algunas de sus emblemáticas producciones. Pero, con la pretensión de abarcar gran parte de su larga carrera, llega un momento en que se nota la duración del documental y el interés va disminuyendo. A lo mejor porque apuntó a ser más didáctica que emotiva, la narración se torna fría y distante, por lo que no consigue llegar a tener una empatía con el espectador, a menos que uno sea un fanático de la directora.
Así como en su larga vida nos dejó muchísimas películas para recordarla, con esta obra póstuma nos transmite una lección de perseverancia y conducta como bastión y motor para sobreponerse a las adversidades económicas que le dificultaron filmar, o el abrirse paso en un territorio ocupado por hombres y ganarse el respeto de ellos, para hacer lo que siempre quiso hacer desde joven: abrazar al arte en todas sus formas