Vecinos

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Peligro en el consorcio

Sátira en un edificio con propietarios más salvajes que delincuentes.

La comedia negra, coral, ambientada en asfixiantes edificios, fue probada en el cine argentino en los últimos años. El ejemplo más reciente fue la fallida Horizontal/Vertical; el anterior, Chile 672. Ahora es el turno de Vecinos, de Rodolfo Durán, que apuesta al cruce de clases sociales y que, a partir de una especie de policial satírico, intenta demostrar que los propietarios de un consorcio pueden ser más salvajes que algunos marginales de los que se quieren proteger obsesivamente.

Pero el planteo, en teoría interesante, y el buen elenco (Sergio Boris, Tina Serrano, Juan Minujín, Hilda Bernard, Carlos Kaspar, entre otros) no alcanzan para remontar un guión que carece de la solidez y la gracia necesarios como para redondear un buen filme. Si pensamos en La comunidad, de Alex de la Iglesia, que tiene ciertas premisas en común con Vecinos, notaremos -aun tomando en cuenta las distancias y atenuantes- el abismo que separa a una película de otra.

En el filme de Durán, los propietarios de un edificio se enfrentan -en esas reuniones de consorcio pesadillescas- por un grupo de okupas que vive enfrente y por varios travestis que trabajan en la calle. Puertas adentro, los vecinos protestones no actúan de un modo más civilizado ni menos "peligroso". El conflicto principal, no el único, se desata cuando un adolescente (Nicolás Condito) que vive con sus padres permite que un amigo dealer -de clase baja, claro- se quede en su departamento y venda droga en el edificio.

Una vuelta de tuerca, forzada, hará que los propietarios -casi todos o todos de doble moral- crucen la línea de la delincuencia y demuestren su ambición y su desdén por la ley. El tono es paródico; el resultado y el humor, demasiado elementales, previsibles.