Para tuercas con más lágrimas que aceite.
Si en lugar de italiano se hablara en inglés, y si los autódromos en los que se desarrolla el campeonato de autos turismo no se circunscribieran a la geografía del país con forma de bota, Veloz como el viento podría pasar tranquilamente por una película norteamericana. Mejor dicho, hollywoodense, que no es lo mismo. Preestrenada en la Argentina a comienzos de junio en el marco de la Semana del Cine Italiano, el opus tres del realizador y aquí también coguionista Matteo Rovere se sirve de todos y cada uno de los lugares comunes de las fábulas deportivas, secuencia de montaje de entrenamientos incluida, y de un acabado técnico impecable para tematizar cuestiones tan caras a la Meca de la industria como la autosuperación, la familia, la redención y el compañerismo. La diferencia es que Hollywood tiene bien engrasados los engranajes del motor de este tipo de relatos, y Veloz como el viento, no.
En la información de prensa ofrecida por la distribuidora se anuncia que los componentes principales del film son “una joven campeona y una vieja gloria caída en desgracia, la adrenalina de las carreras a 300 kilómetros por hora y una familia destrozada”. Hay una buena porción de verdad en esa afirmación; lo que no es del todo cierto es que Rovere los disponga en una misma línea de largada ni mucho menos que les conceda una importancia similar. Porque Veloz como el viento arranca como para hacer de los fierros su centro absoluto, invitando a pensar que, a la manera de Rush, pasión y gloria, ellos serán los hilos conductores no sólo de la narración sino también del comportamiento de sus protagonistas. Pero la muerte del padre y jefe de equipo de la piloto Giulia De Martino (Matilda De Angelis) procedida por el llanto desconsolado de ella dentro del auto sin que nadie la anoticiara muestra que al film le importa menos el aceite que las lágrimas.
No hay nada necesariamente malo en la búsqueda de movilizar las cuerdas emocionales del espectador. El problema aquí es la evidencia de esa búsqueda. El guión no escatima golpes de efecto ni mucho menos desgracias para su protagonista, quien, además de ser menor de edad y perder a su padre, no tiene recursos para mantener la casa ni a su hermano más chico. Y ni hablar de correr. La única posibilidad de salvar la situación es que se haga cargo el primogénito Loris (Stefano Accorsi), otrora as del volante y campeón devenido en un auténtico yonqui que al principio no quiere saber nada, pero al que el olor a nafta quemada todavía moviliza del tal forma como para que se convierta en tutor legal de sus hermanos y entrenador de la chica. Así, Veloz como el viento alternará entre el retrato de esa familia disfuncional y otro tuerca centrado en los avatares en las pistas. Pistas que empiezan a ocupar un rol progresivamente más secundario hasta prácticamente extinguirse. El efecto de ese cambio es un traqueteo similar al de pasar de nafta a gas, una muestra de que la épica deportiva y el dramón telenovelesco pueden estar a apenas un par de curvas de distancia.