A mil por hora
A pesar de los lugares comunes, la película se sobrepone a su propia naturaleza. Historia de redención deportiva.
Veloz como el viento es una película que se sobrepone a su propia naturaleza. Porque la historia reúne todos los lugares comunes del subgénero redención deportiva como para odiarla con ganas. A saber: la protagonista, una piloto de carreras adolescente, es una huérfana obligada a salir campeona para no perder la casa en la que convive con su hermanito de siete años. No tiene equipo técnico de apoyo y lleva todas las de perder ante rivales mucho mejor preparados, pero ¿quién, después de años de distanciamiento reaparece para entrenarla? El hermano mayor, una vieja gloria del automovilismo arruinada por las drogas.
Es decir: está todo dispuesto como para padecer una hora y cuarenta de drama lacrimógeno con final emotivo y moraleja. Y algo de eso hay, pero con suficientes atenuantes como para perdonar el rancio espíritu hollywoodense que tiñe a esta producción italiana.
Y quizá sea justamente ese, el origen, uno de los principales motivos: lo que en manos de Hollywood sería indigerible, con espíritu italiano cae simpático. Porque hay tanada a pleno -discusiones a los gritos, exageraciones, vaffanculo por aquí, vaffanculo por allá-, a cargo de tres protagonistas queribles. Sobre todo el hermano descarriado, basado en libremente en el piloto de rally Carlo Capone, que se destacó en los años ’80 tanto por sus logros deportivos como por su personalidad explosiva, y se retiró prematuramente por sus problemas contractuales con las escuderías y sus crecientes patologías psiquiátricas. Es una sólida interpretación de Stefano Accorsi (el de El último beso), que logra sobreponerse a los clichés de su personaje: el loquito peligroso y adorable, el maestro poco convencional. Lo acompañan bien la debutante Matilda de Angelis como la piloto de 17 años, y el pequeño Giulio Pugnaghi como el hermanito menor.
A eso se le suman las carreras, filmadas -y editadas- con la pericia necesaria para hacernos sentir la adrenalina de la velocidad y para que dudemos de que ese final tan aparentemente cantado se produzca. Cualidades que hacen que toleremos escenas gastadísimas, como las del entrenamiento rústico a lo Rocky, y nos dejemos llevar a mil por hora en esos autos locos.