Carrera contra el destino
Filme encuadrado en ese subgénero tan atractivo para determinado público como es el de los deportes.
En este acaso atravesado por la también vieja historia de aprovechar las oportunidades de la vida en busca de una posible redención.
Así planteado, el director hace un verdadero juego de espacios y tiempos narrativos, utilizando el montaje de manera alterna, entre un filme de acción, los momentos de las escenas de carreras, planos cortos, alta definición, mucha hormona alocada, para intercalarlo con momentos dramáticos, agridulces, de construcción de los personajes y sus relaciones, la familia, que son los que en definitiva sostendrán la historia a partir de un guión pensado desde el clasicismo puro.
La pasión por los coches corre por la venas de Giulia De Martino (Matida de Angelis) desde pequeña, pues es miembro de una familia con una larga tradición en el mundo de las carreras de autos. Tras la muerte de su padre e instructor, ella quedará a cargo de su pequeño hermano, y es cuando reaparecerá en sus vidas Loris (Stefano Accorsi) su hermano mayor, a quien no ve desde hace más de una década, una rara variedad de ángel caído del automovilismo primero, y de la vida después.
La ley, a veces injusta, obliga a Giulia a aceptar la convivencia con Loris, pues siendo menor de 18 años no puede estar a cargo de su hermano menor.
Loris es de todo menos confiable, un hombre deteriorado por el abandono, primero su madre, luego tras la pelea nunca dicha durante la narración, siempre supuesta, de su padre, para finalizar en su propio abandono en las drogas.
Ahora, puesto a pelear contra sus propios demonios, fuera del mundo, deterioro extremo, y obligado a entrenar a su hermana a ganar el Gran Premio de Italia para no perder la casa familiar que su padre la hipotecó y con ese dinero la inscribió a la joven.
La historia de un reencuentro obligado entre estos dos hermanos que con mucha diferencia de edad nada sabe uno del otro, sólo lo narrado por su padre quien tomaba a su primogénito como su gran decepción y esto mismo transmitía, pero guardando un secreto.
Si no logrará el objetivo hay otra oportunidad de resarcimiento económico, su acreedor intentará convencer a la joven de participar de una carrera clandestina conocida como “Italian race”, que es el titulo de ésta realización en su estreno en países de habla inglesa. El sólo hecho de participar le asegura el dinero necesario, pero el riesgo de matarse es más alto que el de finalizarla y ganarla, pues apenas se asoma casi como una utopía.
Si bien estamos ante una producción de estructura narrativa tan clásica como su guión, lo que podría promover el orden de lo previsible, la justa yuxtaposición de los cortes del relato atrapan y hacen creíble todo el resto.
Todos los rubros técnicos son de un nivel superlativo, hasta la utilización del ralentí en las carreras, o el detenimiento en los rostros y cuerpos de sus personajes en las escenas de corte dramático, tienen esa sutileza de casi pasar inadvertido por el discurrir de las imágenes y /o los diálogos, según sea el caso.
Como broche de oro esa carrera del final, donde el director junta las dos estéticas utilizadas durante el resto del relato, acción y drama, conforman una secuencia que es poesía a pura adrenalina.
Todo esto sostenido por las actuaciones, empezando por la joven Matilda de Angelis, siguiendo por Pablo Graziosi, en el papel de Tonino, el viejo mecánico y preparador de los autos de la familia toda, y terminando con el increíble trabajo de Stefano Accorsi, quien despliega un sinnúmero de recursos histriónicos increíbles, corporal deteriorado, rictus facial, mirada extraviada, la palabra ahogada, su deambular desequilibrado, sin embargo siempre querible, casi logrando una empatía “antiempatica”, si se me permite el neologismo, con el espectador.
(*) Una realización de Richard C. Sarafian, de 1971.