La ciudad de los niños perdidos.
En épocas donde el cine apela a escenarios post apocalípticos porque son rentables, sin dejar por supuesto de mencionar el boom de los zombies o aquellas películas de contagio masivo donde sobreviven muy pocos, nadie se pregunta por los niños más allá de esos personajes unidimensionales de este tipo de producto, que en pos de la supervivencia y la enseñanza de sus adultos rápidamente se transforman en algo muy distinto a lo que es un niño. Por eso la principal característica de Vendrán lluvias suaves es la omnipresencia de niños, de la inocencia y también la capacidad de adaptarse a zonas como la planteada desde el relato, con un sentido de la aventura y la búsqueda latente en cada paso y a flor de piel.
El director de Los labios además intercala en este anómalo film una estructura narrativa de cuento infantil, con viñetas que cobran sentido en cada capítulo una vez que la idea de viaje y desafío en terreno desconocido llega de manera casi inexplicable y con la singularidad de la ausencia de adultos -duermen y no despiertan- durante toda la película.
Durante los primeros minutos, Iván Fund nos muestra la vida cotidiana de un pueblo y anticipa que Alma, personaje pivot del relato, se quedará a dormir en casa ajena por primera vez, junto a otros niños de su misma edad hasta que la vayan a buscar. Esa noche de despedida coincide con un apagón general y Alma en casa ajena despierta con esos niños, sin luz y con los adultos en estado de narcolepsia o algo similar. Pero ella debe regresar a su casa en busca de un hermanito si es que sus padres corrieron la misma suerte que los adultos del lugar.
Tranquilamente podríamos estar en presencia de un homenaje al cine de los ochenta y al de aventuras que para aquellos que superamos la barrera de los 40 años genera sabor a nostalgia desde Los Goonies hasta Cuenta conmigo, sin dejar de lado la magistral obra maestra ET el extraterrestre. Pero más allá de este desliz cinéfilo, de este revival a las apuradas, lo que debe reconocerse en el nuevo opus de Iván Fund es la solvencia de un relato de aventuras donde cobra enorme dimensión el paisaje humano y geográfico, esas calles sin gente, las casas que van ocupando el grupo de niños sin dejar un minuto de serlo, con diálogos o juegos en el medio que apartan la mirada del espectador sobre el fenómeno que atraviesa la trama. Similar al dispositivo aunque con otro enfoque es la recordada película de Celina Murga Una semana solos, también con protagonismo absoluto de chicos y ausencia del mundo adulto.
No se trata de una relectura de películas como El señor de las moscas, ni siquiera de las mencionadas anteriormente. Se trata ni más ni menos que de una oda a la infancia, al misterio que se esconde en la búsqueda de lo desconocido o en el encuentro de aquello que no se puede explicar sin determinada sensibilidad, cualidad que hoy parece dormida como las siluetas que ocupan de manera fragmentada ese pequeño universo infantil compuesto de miedos, risas, comisuras manchadas de helado y ganas de en lo posible quedar siempre despiertos.