Podría ser una película de postales, fotografías quietas de una de las ciudades más bellas del mundo, y a la que el cine argentino curiosamente nunca se atrevió. Venecia es la ciudad; Venezia, la película. El director es el cordobés Rodrigo Guerrero quien pasará a la historia de nuestro cine como el primero que logró filmar integramente en La Serenísima.
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El misterioso deambular de su personaje hace que el espectador ingrese al film a través de una pregunta: qué hace esa joven argentina, moviéndose por las calles llenas de turistas con apenas algunas palabras en inglés y unas poca horas de llegada? La información que se retacea desde los primeros minutos va adquiriendo forma para entrar a un momento desconcertante.
La locación se transforma en un espacio hostil y Sofía, sin demasiadas palabras ni explicación en algo parecido a un fantasma sin que nosotros sepamos muy bien por qué. El verdadero conflicto pasa por cómo la joven se va apropiando de la ciudad desde el dolor y la incertidumbre sin caer en lo obvio o en lo subrayado y en esa dirección la neblina permanente y la cámara prácticamente pegada a su cuerpo remarca esa deriva que lleva a Sofía a un lugar de libertad inesperado y por lo tanto a un lugar de autoconocimiento. Qué cosas siente Sofía o que y cómo toma sus decisiones será cuestión de interpretarlo.
Venezia es una película interesante, Guerrero no se enamora del paisaje externo sino que muy inteligentemente privilegia el transcurrir interno de su criatura.