DON BARREDORA
Liam Neeson, el inimputable héroe de acción tardío, vuelve como protagonista de Venganza (bueno, es el título que le pusieron por acá a Cold pursuit). Imagínese usted al hombre que mató a medio planeta cuando le secuestraron la hija en la saga Búsqueda implacable ahora que no sólo secuestraron a su hijo, sino que también se lo mataron cruelmente en una película que se llama -como dijimos- Venganza. Uno se sienta en la butaca esperando más de lo mismo y un poco a regañadientes, pero algo marca desde el principio que las cosas son diferentes. Esta remake de su propio film que dirigió el noruego Hans Petter Moland abre con una cita de ¡Oscar Wilde!… para luego presentarnos a su protagonista, el Nels Coxman de Neeson, mientras trabaja quitando nieve en los caminos complejos del pueblo de Kehoe, cerca de Denver. La música, los planos contemplativos nos llevan más al universo de Carlos Sorín que al del policial negro. Las expectativas del espectador comienzan a retorcerse. ¿Qué estamos viendo?
Venganza avanza en su primera media hora como hija directa del subgénero “Liam Neeson matando a todo el mundo”. No es una decisión inocente: Moland sabe que el actor se ha hecho popular por el diseño de un tipo de cine de acción violento y recargado, y ofrece más o menos eso pero con variantes. En ese arranque, Coxman recibe la condecoración al ciudadano del año y también la noticia de la muerte de su hijo, por lo que el camino que emprende el padre justiciero es bastante irónico: el ejemplo de la comunidad convertido en un asesino despiadado que se carga a cuanto enemigo se le cruce. El trabajo con el montaje y la evidente caricaturización de cada crimen ofrece las variantes señaladas: porque Venganza se vuelve lenta y progresivamente una comedia, de una negrura que hace recordar a los Coen de Fargo, incluso con sus defectos (hay un exceso de canchereada: el último plano es gracioso pero innecesario) aunque sin los excesos filosóficos de los hermanos. Hay aquí un cuento amoral que cruza padres ejemplares, con indios traficantes de drogas y matones psicópatas en gran cantidad.
Con inteligencia, una vez que Moland atrajo nuestra atención y nos reveló que estamos ante algo más que una de “Liam Neeson matando a todo el mundo”, la película se abre a un abanico enorme de personajes y subtramas, a cual más delirante. Incluso se permite olvidar a Neeson y su drama personal, para jugar con diversos tonos humorísticos en el retrato de un universo sumamente lúdico. Tal vez pueda resultar algo fragmentaria por momentos, pero el trabajo del guión es notable al hacer comprensible y cohesivo todo lo que pasa ante nuestros ojos. Y, por lo demás, la diversión que propone Venganza es enorme, desquiciada en su grado de violencia. Por momentos pareciera que la película se está burlando con ánimo autoconsciente de ese cine que se deshace en vueltas de tuerca y que hasta se consume de solemnidad: “¿Conocés el síndrome de Estocolmo?” dice un personaje en el momento más incómodo de la película.
Claro que Venganza brilla a la sombra de la presencia de Neeson. El éxito de Búsqueda implacable le llegó en el ocaso de su carrera y desde entonces, con altas y bajas, ha sabido convertirse en un héroe de acción para el público adulto. Un héroe de acción probable también y lejos de la epifanía muscular del Stallone de Los indestructibles. Neeson es el tipo que los mata a todos, pero es también el que carga con esa mirada gris que lo vuelve más melancólico y cerca del anti-héroe. Y, por cierto, sus películas, gusten más o gusten menos, están vivas y lejos del concepto de cine geriátrico que alberga hoy a los intérpretes y al público mayor de 60. Esto es lo que le permite también buscar por otros caminos y prestarse al juego de películas como Venganza. Renovarse es vivir, dicen, aunque se lo haga rodeado de todos los muertos que se apilan en esta magistral comedia negra de Hans Petter Moland.