A los 32 años, Álvaro de la Barra comparte con su familia el certificado con que el estado chileno lo reconoce como hijo legítimo de sus padres, Alejandro de la Barra y Ana María Puga, militantes del MIR asesinados en la puerta de su jardín de infantes. El recorrido para llegar hasta ese emocionante momento dibuja el cuerpo de esta película despojada de afectación, temeraria y vibrante. Una odisea de exilios, idas y venidas. Un relato en primera persona rico en archivos, tabúes y ausencias, donde cada paso hacia el pasado no solo redescubre una identidad perdida, sino que nos acerca a todos al epicentro de un gran sismo.