Entre toda la producción de documentales que refieren a la dictadura de los 70, tanto en Argentina como en el resto de Latinoamérica, el fenómeno de los realizadores “hijos de desaparecidos” tiene ya su tradición. Lo que aportan estas producciones es una visión particular de aquella historia desde una mirada emotiva y familiar en la que puede vislumbrarse un arco de sentimientos que van de la melancolía, el amor, la pena, la culpa. - Publicidad - Venían a buscarme, ópera prima del chileno Alvaro de la Barra, ingresa con gran solvencia a este verdadero subgénero de los hijos de desaparecidos. De la Barra es hijo de una pareja militantes del grupo guerrillero MIR y asesinados por la dictadura de Pinochet en Santiago de Chile en 1974, en el momento en que van a buscar a su pequeño al jardín de infantes. Con apenas un año y medio, el bebé es rescatado de la Dictadura por su familia paterna y enviado a Paris con una identidad falsa. Criado entre París y Caracas por su tío, Alvaro reconstruye aquí ese derrotero del niño, del joven y del hombre que un día vuelve con su familia a Chile para recuperar su apellido. Desde la amorosidad, sin prejuzgar, con imágenes familiares, fotografías, y a través de entrevistas realizadas por él mismo a su propia familia y a los que lo conocieron, el documental logra armar un rompecabezas siguiendo pistas de contados recuerdos, algunos sospechosos de ser inventados. Se evidencia ahí la lejanía de un hombre que vivió fuera del lugar donde nació, y que se acerca a esa historia desde el lente de una cámara. Escuchando cómo fue el asesinato, cómo maltrataron los cadáveres de sus propios padres pero también viendo llorar a su tío, a sus tias, o conociendo a su hermanastro mayor, momento que se sale del registro general y es absolutamente necesario. El “venian a buscarme” (y los mataron) resulta un título interesante, refiere entonces a esos padres que viven en la clandestinidad pero que mantienen la cotidianidad de buscar a su hijo al jardín. También refiere a los militares yendo a buscar a esos padres y matándolos, o esos militares yendo a buscar al niño. Qué hubiera sido de todo eso si hubiera sido de otro modo. La historia termina siendo un portal a un tiempo que no queda otra cosa que reconstruir desde esta precariedad del hoy. ESTRENO JUEVES 22 DE MARZO FUNCIONES 12:10 y 19:45hs CINE GAUMONT – Espacio INCAA KM 0 Av. Rivadavia 1635 (CABA)
Lejos de las tergiversaciones de Michael Moore, fuera de las reconstrucciones milimétricas de Errol Morris o de los grandilocuentes escenarios y personajes de Werner Herzog; Venían a buscarme -de Álvaro de la Barra- parte de un distanciamiento indeciso que falla en esclarecer nexos entre una familia particular y los eventos correspondientes al régimen militar de Pinochet. De lo singular a lo general, de la historia del protagonista a la historia de Chile. El documental retrata la historia de Pablo de la Barra, hijo de desaparecidos (militantes del MIR), en la búsqueda que emprende para recuperar su identidad. De esta forma, visitará a varios parientes y amigos, los cuales, en el transcurso de la película, le irán aportando información sobre sus padres y sobre sí mismo. La premisa recién mencionada nos retrotrae a esa película rareza llamada Vals con Bashir. Parte documental, parte animación pre-filmada, el film de Ari Folman se desarrolla a partir de la búsqueda del propio Folman para descubrir qué fue lo que ocurrió durante su participación en la guerra del Líbano. A fines de llevar a cabo su empresa, recurre a diversos testimonios de familiares y amigos, como también hace Pablo de la Barra en este documental. Una película como Venían a buscarme, donde la narración se basa enteramente en los testimonios compartidos, necesita que dichas entrevistas sean gratificantes en dos puntos fundamentales. Primero, que dichos encuentros sirvan para hacer avanzar la narración; en este caso, ir conociendo más sobre Pablo y su historia. Segundo, que cada testimonio sea interesante de por sí y tenga esas particularidades que lo hagan resaltar; en fin, que nos resulte memorable. Durante la primera media hora de película, Venían a buscarme pone en escena testimonios conmovedores: el reencuentro entre Pablo y la tía que lo albergó durante su exilio en París, siendo él apenas un bebe; la visita a otra tía y el descubrimiento de fotos desconocidas de sus padres; la historia sobre la azafata que lo hizo viajar de incógnito durante un vuelo de línea; el momento en que Pablo encuentra el diario intimo de su madre; el caluroso relato del tío de Pablo sobre su convivencia en Venezuela junto a varios exiliados chilenos. Esta media hora inicial pone en escena de manera excelsa los testimonios descriptos. El problema es que a continuación, progresivamente, la película comienza a dedicarse de lleno a la historia política del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria). La enorme -e interesante- familia de Pablo es dejada de lado para poner foco en los padres, únicamente desde su militancia. De esta forma, los testimonios se tornan circunstanciales y desplegados solamente a partir de los compañeros militantes de los padres de Pablo. Este recurso se extiende hasta el cierre del documental. Aquí vemos a Pablo caminando por Santiago de Chile en la actualidad mientras su voz en off remata: “Mis padres lucharon por una sociedad igualitaria (…) El Chile de hoy está lejos de los ideales por los que dieron sus vidas”. La cachetada/alegoría final niega los momentos cuidadosamente elaborados en el inicio de la película. Una lástima, porque estaban logrados de modo genuino. Para terminar, este documental/retrato, en su forma y despliegue, me hizo acordar al mítico fotógrafo Richard Avedon y su particular obra como retratista. Se dice que entre el retratista y el retratado existe una puja, una lucha de imposición. El retratado tiene una imagen de sí que quiere propagar, mientras que el retratista tiene a su vez una idea del otro que busca poner en imágenes. De esta puja siempre presente, Avedon se las ingeniaba para salir victorioso. No podría decir lo mismo respecto de Álvaro de la Barra y su Venían a buscarme.
Es un conmovedor documental que comienza con una fiesta. El director, Álvaro de la Barra recibe en la casa familiar de Chile un certificado donde consta que es el hijo de Ana María Puga y Alejandro de la Barra, militantes del MIR chileno, ejecutados cerca del jardín de Infantes donde habían dejado a su hijo, con la promesa que da el titulo a este trabajo. Desde el momento de esa ejecución, la familia se movilizo para sacar al pequeño Álvaro, buscado por la policía, fuera del país. Así viajo a cargo de una azafata a Paris, y luego Venezuela fue su país de acogida donde vivió hasta prácticamente hoy. Y este trabajo de reconstrucción, es también de reencuentro con recuerdos, lágrimas inevitables, recorrido de lugares que quedaron fijados en su memoria de niño, y reconocerse en una historia propia, arrebatada con mentiras y persecuciones. Un trabajo impecable.
La revisión de la etapa más oscura de las dictaduras latinoamericanas encuentra en el documental de Álvaro De la Barra una mirada diferente y un sólido ejercicio narrativo que evita lugares comunes. El inasible recuerdo, la nostalgia sobre algo que nunca se tuvo, la idiosincrasia de un pueblo que aún hoy día sigue pensando en el “algo habrán hecho” no son impedimentos para que el realizador pueda buscar respuestas aún en aquellos lugares que lo expulsan naturalmente.
Se estrena en el Gaumont este documental autobiográfico de Álvaro de la Barra, hijo de dos líderes del grupo guerrillero Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) asesinados a la vuelta del jardín de infantes al que asistía. Lo que hace el director es reconstruir su historia personal, la de sus padres, la del Chile de Salvador Allende y la posterior dictadura de Augusto Pinochet. Su exilio en Francia y Venezuela, su vida con distintos familiares, los secretos y mentiras acumulados durante años, los reencuentros con viejos compañeros de lucha del MIR y el rescate de las pocas fotografías íntimas de sus progenitores son parte del intenso relato. Un viaje al pasado en busca de la identidad perdida en un documental riguroso y bien construido.
Confesiones de una mente sin recuerdos La cinematografía chilena, que viene logrando gran repercusión internacional y no solo por el reciente Oscar a Una mujer fantástica (Sebastián Lelio, 2017), es de las que más ha crecido en la región, logrando abordar temas a través de diferentes narrativas y estéticas como de puestas en escena que enfrentan un riesgo muchas veces ausente. Venían a buscarme (2017) es un fiel exponente de cómo se pueden retomar temas como la memoria y la identidad sin caer en lugares comunes. Nacido en 1974, Álvaro de la Barra era un niño cuando sus padres Alejandro de la Barra y Ana María Puga, militantes del MIR, fueron asesinados por fuerzas de la dictadura pinochetista mientras iban a retirarlo del jardín de infantes al que asistía. Fue sacado de Chile clandestinamente, anotado como hijo natural de Ana María Feres con el nombre de Álvaro Feres Feres. En Venezuela fue adoptado por su tío, el cineasta Pablo de la Barra. Creció rodeado de tabúes y secretos que estaban prohibidos revelar. Recuperar su verdadera identidad y regresar a Chile se transformó en una necesidad. A los 32 el estado chileno recién lo reconoce como hijo de sus padres. Venían a buscarme es un documental en primera persona que recorre el pasado chileno a través de la construcción de los recuerdos del protagonista, hoy ya un adulto que busca entender lo que pasó para forjar su identidad. Identidad que como la de muchos le fue sustituída. El documental se construye a partir de una investigación rigurosa (y necesaria) que el cineasta conduce desde la actualidad hacia la búsqueda de la verdad. Lo hace a través de charlas familiares y con amigos que se entremezclan con material de archivo, pero donde también aparecen agujeros negros imposibles de resolver. Como Nicolás Prividera en M (2007) o Albertina Carri en Los rubios (2003), de la Barra, para poder completar las piezas del rompecabezas de su vida, recurre a un relato íntimo y personal, dentro de un contexto macro sociopolítico-histórico, donde lo primordial es contar la historia de sus padres, a la vez que la va conociendo él mismo. Y ese es uno de los ejes principales de un documental único y sorpresivo, donde sólo los indicios de tres fotografías son la única prueba fisica que tiene reconstruir a la familia que en su memoria nunca existió.
Venían a buscarme, de Álvaro de la Barra Por Ricardo Ottone A esta altura ya contamos con un puñado de películas de realizadores cuyos padres fueron víctimas del terrorismo de Estado en Latinoamérica, que salen en busca de procesar esa herida y reconstruir su historia, la historia de esos padres y la propia. De su visión puede decirse que los films que cada uno produjo suelen ser muy diferentes entre sí. En los casos argentinos tenemos los ejemplos de Albertina Carri (Los Rubios), Nicolás Prividera (M) o Benjamín Ávila (Nietos e Infancia clandestina) y todos prueban que el abordaje puede ser muy distinto, sea en la ficción o el documental, probablemente porque cada historia particular es distinta y también porque ante un tema así de movilizante para sus autores, que involucra lo histórico pero también lo íntimo, cada uno procesa esta búsqueda como puede, como necesita o como le sale. En el caso del chileno Álvaro de la Barra (aquí la entrevista)su búsqueda se da a través del documental Venían a buscarme. Su historia es diferente de otras mencionadas porque sus padres, integrantes del M.I.R. (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) no fueron desaparecidos, sino asesinados en 1974 en una emboscada en la calle a plena luz del día, acribillados después de haber dejado a Álvaro en el jardín de infantes. El chico fue rescatado por parientes y llevado primero a Francia y luego a Venezuela donde fue criado por su tío paterno. La búsqueda del realizador no es la de conocer su identidad o saber qué fue de ellos, sino la de saber quiénes fueron, sea como militantes, como personas y también lo que fueron y quisieron ser como padres. Padres que no tuvieron mucho tiempo de ejercer su rol y que sin embargo murieron en ese mismo ejercicio. De la Barra viaja a París, a su casa de Infancia en Venezuela y vuelve a un Chile muy distinto al que dejó para revisitar los lugares donde transcurrieron los hechos, los atesorables y los trágicos, en busca de reconstruir su recorrido de hace más de cuarenta años. En ese trayecto, donde va entrevistando familiares, amigos y compañeros de militancia, hay un intento de reapropiarse de esos padres y también de salir de la imagen idealizada y heroica con la que convivió desde chico y acercarse a un retrato más certero y humano, más cercano y alcanzable. Un ejercicio de reconstrucción que se ejemplifica con la sucesiva recuperación e incorporación de imágenes. Al principio del film solo cuenta con una foto de cada uno y esa es toda la imagen de sus padres con la que vivió. A medida que recorre y se encuentra con sus seres cercanos descubre nuevas imágenes en paralelo a los testimonios que le permiten ir acercándose a quiénes eran, cómo eran y cuál era su lucha. Esta búsqueda inevitablemente tiene un componente emocional muy fuerte. Sin embargo en ningún momento se cede al desborde. De la Barra conduce el relato, hace las entrevistas, cuenta en off y recorre los lugares siempre con una serenidad que no reprime lo emotivo pero demuestra que no es necesario subrayarlo y mucho menos explotarlo. Le hace un lugar que pretende sea de sanación y construcción. En ciertos momentos algunos de los entrevistados se quiebran y es el propio realizador quien los serena y los contiene. Y también inevitablemente se encuentra con la historia. La historia de la muerte de sus padres y de su propio exilio es también la historia trágica de Chile. Esta muerte fue presentada por los medios de la época como un enfrentamiento con lo cual nos encontramos también con el accionar miserable y cómplice de la prensa chilena adicta al régimen. De la Barra se encuentra además con cuestiones más siniestras aún como la traición y la colaboración que una ex compañera muy cercana a sus padres tuvo con la dictadura. Lo que se muestra finalmente con Venían a buscarme es que las heridas siguen abiertas, la discusión sobre ese período sigue abierta y que es necesario seguir dándola. Es en esta intención en la que quizás estos films, tan diferentes entre sí, se parecen. VENÍAN A BUSCARME Venían a buscarme. Chile. 2016: Dirección: Álvaro de la Barra. Participan: Andrés Pascal Allende, Rene Valenzuela, Hernán Aguiló, Esther Hernández, Pablo de la Barra, Carmen Puga, Renato Puga. Guión: Álvaro de la Barra. Fotografía: Carlos Vásquez, Inti Briones. Edición: Sebastián Sepúlveda, Martín Sappia. Duración: 84 minutos.
El director aborda una temática difícil (el asesinato de sus padres y la consiguiente separación de sus abuelos en el marco del Terrorismo de Estado del Chile de los años ‘70) la cual consigue expresar con suficiente intimidad. La narración escoge una exhibición caleidoscópica de pequeñas historias, documentos y testimonios que ofrecen familiares y compañeros y militancia, pero sin confrontar este material con preguntas definidas y articuladas sobre el pasado de sus padres, las motivaciones, sus razones para la militancia, etc. Es posible que las condiciones para formular dichas preguntas hayan quedado truncadas en aquella mañana de 1974, donde todo quedará finalmente reducido a aquella ventana, a través de la cual Álvaro cree recordar el sonido de la risa de los niños (el recuerdo sonoro de su propia infancia), y que ahora deviene en la pantalla cinematográfica, por medio de la cual el realizador pretende asomarse a la vida de sus padres para recomponer, no sólo una identidad perdida -ahora recuperada- sino el sentido mismo de la unidad, tesoro final que el realizador revela en los márgenes de una fotografía insospechada. Dos fotografías enmarcan todo el sentido del texto: la foto de su padre, que el realizador descubre como incompleta al llegar al visitar a una prima de su padre en Chile; y la foto del propio Álvaro unos pocos días antes de la muerte de sus padres. Y es esta última foto, que también se le revela como incompleta, la que resolverá el enigma del sentido: la misma mirada del niño que revela la presencia de la ausencia de los padres, es también la que descubre que sus padres han estado desde siempre en esa mirada.
Una tristeza profundamente personal El cineasta, hijo de militantes asesinados por la dictadura de Pinochet, comprendió que los elementos de su historia son tan dolorosos que, pudorosamente, evitó subrayar la emoción. “Yo creo en Dios, no sé tú”, le dice su medio hermano Roberto a Álvaro de la Barra, con quien se han visto apenas cuatro o cinco veces en su vida. Luego sigue hablando y Álvaro nunca responde. Esa voluntad de prescindencia, de no decirlo todo, de hacerse a un costado de la propia historia, preside el punto de vista de Venían a buscarme, donde Álvaro de la Barra desanda, a los 32 años, el camino de una vida signada por el horror, el dolor, la ausencia y la muerte. Los padres de Álvaro, Alejandro de la Barra, en aquel entonces uno de los líderes del MIR, y Ana María Puga, militante de ese movimiento de izquierda chileno, fueron asesinados en diciembre de 1974, en el momento en que iban a buscar a su hijo al jardín de infantes. De allí el título de la película, tan seco que apenas permite colegir un posible sentimiento de culpa por parte del realizador. O no. Tras el crimen, Álvaro inició junto a uno de sus tíos el camino del exilio, bajo una identidad falsa, que le permitiera hacer el viaje. Álvaro mantuvo esa identidad por largos años, hasta que finalmente logró recuperar la propia, poco antes de comenzar el rodaje de Venían a buscarme. Ése es el punto en que el espectador conoce a Álvaro y empieza a tratarlo. Hay algo que De la Barra parece haber comprendido, antes de lanzarse a la filmación de Venían a buscarme. Los elementos de la historia son tan terribles, tan tristes, siniestros y dolorosos, que subrayar la emoción, ponerla en primer plano, sólo serviría para hacer de esto una verdadera orgía del horror. Por más que no se eviten, como no podía ser de otro modo, los reencuentros familiares, aunque éstos estén henchidos de emoción, da la impresión de que para poder contar su historia (para vivir, tal vez, pero eso queda fuera de campo) De la Barra debió tomar distancia de ella, de sí mismo, poniéndose en la medida de lo posible en el lugar de un tercero, que investiga los hechos de su vida. Un lugar casi más de periodista que de protagonista. Como si tras el falseamiento de identidad que le permitió vivir, volviera a transmutarse en otro para poder reconstruir su vida. Una vida en la que el recuerdo de los padres se limita a sendas fotos: Álvaro tenía un año y medio cuando los asesinaron, no tiene recuerdos previos. De hecho y a diferencia de sus entrevistados, que no pueden evitar quebrarse al narrar los horrores de los que estuvieron próximos, De la Barra, a quien paradójicamente esos horrores tocan en forma directa, no se permite dejarse llevar por la emoción ni una sola vez. Eso no hace de Venían a buscarme, por cierto, un documental frío, distante o prescindente, ya que el periplo de reconstitución que encara el realizador es profunda y esencialmente personal. De la Barra visita al tío que lo crió, hermano mayor de su padre, en Venezuela, su tierra de exilio, donde sigue viviendo y donde Álvaro pasó los diecisiete años que restaban desde su llegada hasta el fin de la dictadura de Pinochet. Pero tampoco entonces volvió a Chile, yendo a parar a París, donde quedó a cargo de una pariente, parte de la diáspora chilena posterior a setiembre de 1973. Es en el momento de encarar el documental cuando De la Barra egresa finalmente a su país, al país de sus padres, lo cual permite experimentar en presente el conmovedor reencuentro con lugares y parientes. En ese viaje hacia atrás aparecen signos de una voluntad de ocultamiento que por lo visto persiste: uno de sus tíos (de la rama materna, que parece la menos politizada) habla de “accidente” para referirse al fusilamiento de sus padres. Aparece una película de ficción, que cuenta la historia de la militancia de izquierda (su tío Pablo era cineasta amateur) que quedó inconclusa el día previo al golpe. Aparece la filmación casera de otro tío el mismo 11 de setiembre, que a la manera del cameraman argentino Leonardo Henrichsen tuvo el coraje de filmar de frente tanques, soldados, movimientos militares y el incendio de La Moneda, por suerte con mejor fortuna que aquél. Aparece uno de esos personajes que ponen la piel de gallina, una ex militante del MIR conocida como “Carola”, muy amiga de su madre, que según se cuenta se quebró en tiempos de Pinochet, participando de la represión, y que se habría hecho cargo de Álvaro durante un episodio de la niñez. Toda la emoción retenida aflora lentamente, del modo analítico en que De la Barra tiende a ver las cosas, en la escena final, que consiste en una sucesión de fotos de cuando él vivía todavía con sus padres y que constituye uno de los momentos más poderosos (por el valor que adquieren las imágenes, por el sentido que gradualmente develan, por el modo elíptico en que lo hacen) del cine reciente.
Producido por Avila Films, esta semana se estrena en Buenos Aires, la ópera prima autobiográfica de Álvaro de la Barra , "Venían a buscarme". Si bien es un subgénero en sí mismo, (creo yo), el de construcción de la memoria a través del análisis y la documentación de los excesos producidos por las dictaduras militares en América Latina entre los 70' y los 80', éste en particular, es claramente distinto. Será porque está narrado por aquel que alguna vez fuera un niño muy pequeño, que se quedó sin padres un día al salir del jardín donde concurría habitualmente. Hijo de Alejandro de la Barra y Ana María Puga, militantes del MIR asesinados en la puerta misma de la escuela donde concurría, Álvaro fue rescatado por su familia, quien logró sacarlo del país con rumbo a Francia. Luego de un tiempo allí, logró llegar a Venezuela, donde su tío junto a su pareja, lograron registrarlo como hijo propio. La cinta arranca con un momento muy emotivo, donde el cineasta recibe el certificado emitido por el estado chileno que lo reconoce como hijo legítimo de sus padres. El recorrido que se plantea en la cinta, es el habitual en este tipo de montajes: entrevistas, recuerdos, fotos, videos de noticieros. También hay material familiar y alguna reconstrucción precaria ficcional, que es excusa para vehiculizar algunos trazos que conforman un lienzo potente, de gran valor histórico. Desde el punto de vista estrictamente narrativo, sin embargo, es cierto que si no estás en sintonía con el espíritu emotivo de la cinta, el documental puede percibirse como una estructura conocida y de lugares en los que habitualmente se transitan cuando se reconstruyen hechos históricos. Lo cierto es que "Venían a buscarme" también ofrece un tono didáctico fuerte, el de director poniendo el cuerpo a su proyecto, narrando su historia y poniendola en juego, con todo lo potente y doloroso que eso puede ser. No me canso de decir que la memoria de los pueblos jóvenes, frágil, se debe construir día a día con el relato de aquellas jornadas oscuras que no deben volver a vivirse más. "Venían a buscarme" en ese contexto, viene a funcionar como un espacio de recuerdo, celebración y nostalgia, por la vida de los que ya no están, pero viven en la memoria de sus hijos y nietos.
"El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El miedo de saber nos condena a la ignorancia; el miedo dehacer, nos reduce a la impotencia. La dictadura militar,miedo de escuchar, miedo de decir, nos convirtió en sordomudos. Ahora la democracia, que tiene miedo de recordar, nos enferma de amnesia: pero no se necesita ser Sigmund Freud para saber que no hay alfombra que no pueda ocultar la basura de la memoria". Eduardo Galeano Una escena muestra el bautismo de Álvaro de la Barra a sus treinta y dos años. Allí se ve a sus seres queridos reunidos y emocionados luego de que la justicia chilena finalmente lo reconozca como hijo de Alejandro de la Barra y Ana María Puga, entregándole su certificado de nacimiento. Padres que por defender su ideología fueron perseguidos y asesinados durante la dictadura de Augusto Pinochet. Una historia que resulta conocida ya que toda América Latina fue víctima de ese perverso plan sistemático de los años setenta, organizado por la CIA, y que unió a los países de la región bajo la sombra de la conocida Operación Cóndor.
Lo que hace aquí el director es una buena reconstrucción de su historia, muy emotiva y conmovedora, sin golpe bajo. Nos muestra el exilio, los secretos, las mentiras y el dolor. Va reconstruyendo parte de su vida a través de distintos elementos encontrados, su identidad y una interesante investigación.
HISTORIA FRAGMENTADA La ópera prima del realizador chileno Alvaro de la Barra es un trágico y personal documento, que en su por momentos errática maraña de testimonios encuentra su rumbo en un epílogo tan contundente como emotivo que lleva a repensar la totalidad del documental. La crisis de identidad del realizador, que también es el protagonista de esta singular odisea por recuperar sus orígenes, nos envuelve sin apelar a golpes bajos, siguiendo un relato uniforme en off que a menudo suena con una certeza que se resquebraja en las imágenes. La razón es sencilla: la seguridad de la voz, los hechos, los datos, se contraponen con las miradas perdidas, los ojos lacrimosos, en síntesis, las variadas emociones por las que atraviesa De la Barra al reconstruir su historia desde las voces de la gente que ha conocido a sus padres. Uno puede intuir pudor pero también humildad al no exponer sus emociones subrayando lo que ya se describe a través de los testimonios y sus reacciones, algo que lo hace más espectador que protagonista del relato. Venían a buscarme narra la vida de Alvaro, que nació un mes antes del infame golpe de estado que derrocó a Salvador Allende en el año 1973. Este dato es clave porque sus padres fueron militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), defensores acérrimos del gobierno de Allende y, por lo tanto, buscados incansablemente por la junta militar encabezada por Augusto Pinochet. Eventualmente sus padres son asesinados a disparos en una emboscada, justo cuando las fuerzas militares iban a buscarlo al jardín de infantes donde se encontraba, llevando a que tenga que permanecer en la clandestinidad, de mano en mano, hasta que finalmente logran exiliarlo. El pequeño Alvaro crece con un padre sustituto que resulta ser su tío, Pablo, en Venezuela y luego, en su adolescencia, emprende su camino a Francia. Siempre conservando la foto de sus padres. Una vez es reconocido por la Justicia chilena como su hijo, decide volver en democracia para reconstruir su historia, para darle forma a los rostros de las fotografías. El proceso es doloroso y extenuante, no sólo por el testimonio de un pasado familiar que le resulta ajeno por el paso del tiempo y la distancia, sino también porque se expone a los detalles de la muerte de sus padres y la intriga de una posible entregadora. Esto le da vigencia a las heridas, sin poder terminar de cerrar la cicatriz a pesar del paso del tiempo, pero logrando una superación al ir uniendo las piezas del complejo rompecabezas de su identidad, la razón de su retorno a una Chile en democracia. El film no sorprende desde lo formal, se sostiene sólidamente en el marco que da lo testimonial, buscando naturalizar el encuentro con un pasado ajeno a Alvaro. Por momentos esto se sostiene con desprolijidad y resulta un tanto errático, algunos de los testimonios no resultan enriquecedores para su historia personal pero, en otros momentos se agradece esta desprolijidad que termina en momentos de humor involuntario: al internarse a los cimientos del que alguna vez había sido su jardín de infantes, ahora ruinas en el proceso de la construcción de una lujosa torre, el relato de la que fuera una docente del establecimiento se ve interrumpido por un capataz al que no se le había consultado que podían pasar a la construcción. Este quiebre en la narración fluye de la misma forma que el llanto y el abrazo de otro sobreviviente, en un momento en el que no puede continuar con el relato de lo que implica la pérdida. Sin embargo ningún segmento tiene la contundencia y sutileza, al mismo tiempo, que el doloroso epílogo: rara vez tres fotografías y un relato en off pueden conmover de una forma tan visceral como lo hace este documental, reflexionando a través de figuras fantasmales sobre el dolor de la ausencia.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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