Los villanos devenidos en protagonistas de sus propias películas son una especialidad del universo surgido del cómic en general y de las producciones de Marvel en particular. En esta oportunidad, estamos frente a la secuela de la no muy inspirada película de 2018 en la que Tom Hardy asumía el papel que Topher Grace había interpretado en Spider-Man 3 (2007), de Sam Raimi.
Tampoco están el director Ruben Fleischer (ahora reemplazado por el prolífico actor y estrella de la motion-capture Andy Serkis, que venía de filmar Una razón para vivir y Mowgli) ni Riz Ahmed como el malvado de turno, pero regresan -claro- Tom Hardy, una desaprovechada Michelle Williams y Woody Harrelson, que ahora ocupa el lugar de némesis, contrafigura y villano lleno de muecas, estridencias y excesos. Sí, toda sobreactuación no solo es aceptada sino bienvenida y potenciada.
Hardy -quien participó de primera mano en la concepción de la historia original- encarna nuevamente a Eddie Brock, ese otrora prestigioso periodista caído en desgracia que aquí recobra protagonismo cuando el Cletus Kasady de Harrelson -que ha sido condenado a muerte- le concede una exclusiva. Pero, claro, Harrelson no es ejecutado porque escapa y allí comienza la lucha con Brock y esa viscosa criatura alienígena adosada a su cuerpo que es Venom.
Si los enfrentamientos entre Eddie/Venom y Cletus/Carnage están construidos con el manual del género (tan básico en términos dramáticos como eficaz en el terreno visual), la dualidad, las personalidades escindidas, esos opuestos complementarios que son el torturado Eddie y el desatado Venom solo logra algunos pocos momentos de humor y simpatía. En su mayor parte, se limitan a bromas y pensamientos dichos en off por la voz grave del alien que parecen más dirigidos a un público infantil que a uno adulto.
Así, esta cortísima película de superhéroes (o supervillanos) que apenas llega a la hora y media (cuando el “canon” actual suele superar los 120 minutos) resulta un entretenimiento inofensivo, intrascendente, incuestionable y menor. Vale la pena quedarse a la escena post-créditos en la que, en medio de un culebrón latinoamericano que los protagonistas miran en una vieja televisión, habrá alguna revelación respecto del futuro de la saga de Spider-Man, la única que Marvel sigue manteniendo bajo la órbita de Sony y no de Disney.