Pocos temas mejores que el de Venom para una historieta, una película, un libro o lo que sea. A un pobre tipo en apuros se le adosa una poderosa criatura alienígena que le permite volver a encaramarse en la vida, aunque con los peligros que supone compartir el cuerpo con un extraterrestre. El material se presta para casi cualquier cosa, aventuras, terror, incluso drama, aunque la comedia es el terreno ideal. La primera Venom, una mala película incapaz de aprovechar el potencial de la historia, apenas arañó la superficie de todo eso. La segunda aprende de esos errores. Ahora, en Venom: Carnage liberado, hay un asesino loco con la cara de Woody Harrelson que tiene a su vez su propio simbionte que siembra la destrucción por todas partes, pero se trata apenas de un dispositivo narrativo, el corazón está en otro lugar. El mecanismo que moviliza la película es por lejos la relación entre Eddie y Venom, que en realidad no es otra cosa que el viejo tema del hombre y el monstruo, Jekyll y Hyde, pero también el de la pareja dispareja, Tony Randall y Jack Klugman; toda una tradición narrativa sintetizada en el drama cómico de una convivencia imposible.
Esta segunda película comprende lo que la primera apenas vislumbraba, y es que la historia no puede ser otra cosa que una humorada grotesca, una carcajada negra lanzada a la cara del espectador: Eddie, un periodista que busca una primicia que lo devuelva a las grandes ligas del medio, lucha con los apetitos del monstruo que vive en él, y que incluyen la ingesta de cerebros y la producción regular de estragos módicos. Esta maravillosa guerra de egos empezó su vida en la historieta hace varias décadas, pero es en el cine digital donde puede alcanzar su cumbre estética, ahora que la animación (hoy todo el cine es animado) puede volver creíble que una criatura hecha de una masa amorfa se desprenda de la espalda de su portador y discuta con el mismo extendiendo su cabeza de alien. En realidad, lo que vemos a través de esas proezas digitales es medio siglo de cartoon, un Pato Lucas al borde del colapso tratando de blindarse contra la astucia envenenada de un Bugs Bunny llegado de otra galaxia. Debemos imaginar que esta batalla se libra en el cuerpo de Tom Hardy, especialista en seres torturados y taciturnos que por una vez se presta a reírse de las neurosis de sus propios personajes.
En este espectáculo monstruoso se nota la dirección de Andy Serkis, maestro de la gestualidad que entiende de transformaciones enloquecidas y personalidades quebradas. La primera parte gira alrededor del drama de Brock y Venom y es por lejos lo mejor de la película, cuando el guion tiene la suficiente libertad para explorar las posibilidades afectivas del dúo, los reproches, las discusiones, los gestos de amistad. Esa pequeña maravilla, sin embargo, no puede durar para siempre. El rival, Carnage, is on the loose y hay que seguirle la pista para darle la caza. Empieza entonces el momento de la aventura, del peligro, de la lucha y el rescate. Todo eso está dispuesto con eficacia y gusto por la espectacularidad, pero el espectador no puede menos que extrañar el drama deforme de pareja que disfrutaba como loco apenas unos minutos antes.