"Venom: Carnage liberado": receta repetida
La segunda parte de una saga destinada a cruzar caminos con el Universo Cinematográfico de Marvel vuelve a ser una película fallida, como el producto original.
Algunos elementos permitían suponer que Venom: Carnage liberado –segunda parte de una saga destinada a cruzar caminos con el Universo Cinematográfico de Marvel— tenía chances de superar lo entregado por su antecesora. También es verdad que no hacía falta demasiado. Es que Venom (2018) había resultado una película fallida, en la que el vértigo de la acción por la acción misma resultaba más importante que el drama y donde el habitual mash-up de géneros que suele alimentar a las películas de superhéroes, nunca llegaba a funcionar del todo. Por un lado, las secuencias de comedia no terminaban de encajar de forma integral con las de acción y estás lucían desarticuladas en relación a las de romance o las dramáticas. Pero la famosa escena poscréditos, verdadera tradición en las películas de Marvel, dejaba todo servido para que en esta segunda parte entrara nada menos que Woody Harrelson para hacerse cargo de Carnage, otro popular personaje perteneciente al universo del Hombre Araña. Ahí radicaba la esperanza de que a la franquicia le esperaba un futuro mejor.
Lo malo de los buenos augurios es que no siempre se cumplen. Y es que todo lo dicho acerca del film anterior también le cabe al nuevo, en virtud de que Venom: Carnage liberado repite sus recetas y estrategias narrativas con llamativa obediencia. Está claro que sus responsables están convencidos de que el camino elegido era el correcto y redundaron en él. La realidad es que lo que se cuenta en esta ocasión vuelve a ser mínimo. Un asesino serial (Harrelson) es descubierto por un periodista caído en desgracia (Tom Hardy), cuyo cuerpo ha sido tomado por un simbionte de origen alienígena con el que ha aprendido a convivir en anárquica armonía. El ente le presta al humano sus poderes, quien a cambio mantiene bajo control las pulsiones violentas de la criatura. Pero en una de las entrevistas, el criminal muerde al reportero y parte del espécimen pasa a él, transformándolo en una némesis apropiada para el héroe. Desde ahí hasta el final... el enfrentamiento entre ambos.
Dirigida por el actor británico Andy Serkis, famoso por interpretar a Gollum en El señor de los anillos, Venom: Carnage liberado es víctima de un montaje de planos cortos pero intercalados con frenesí, que convierte a las escenas en un espejo astillado que solo permite ver imágenes sueltas y desordenadas, a las que cuesta entender como unidad. Esto no solo ocurre en las secuencias de acción propiamente dichas, sino también con aquellas que apelan al humor físico, en las que todo es tan veloz y confuso que el efecto cómico se va perdiendo entre los fragmentos. Todo eso conspira contra el objetivo de que el espectador se interese por el destino de los personajes o sienta intriga por el devenir de la trama. El conjunto resulta tan básico, que hasta los pocos buenos momentos de la película se pierden en ese caos atolondrado al que no salvan ni los efectos especiales.