Mi huésped favorito.
Una vez más el antihéroe de Marvel encabeza una película. Hablamos del simbionte Venom y su coequiper, Eddie Brock (Tom Hardy). Después de las idas y vueltas sucedidas en la primera entrega, ahora observamos como la dupla archienemiga de Spider-Man, intenta convivir más allá de sus marcadas diferencias. Como si el ello y yo freudiano se batieran a duelo.
Como prometía la escena post crédito en el 2018, el periodista Eddie Brock (intentando recuperar su carrera), se encontrará cara a cara en la prisión con el temido Cletus Kasady (Woody Harrelson), para realizarle una última entrevista. Y esto será suficiente para que el simbionte extraterrestre deje una célula en el cuerpo del killer, la cual en vez de retornar al organismo al que pertenece, se alojará con fiereza en Cletus adquiriendo entidad propia, convirtiéndose en Carnage.
Alejado de su novia, la justiciera Anne Weying (Michelle Williams), y peleado con Venom, Eddie deberá poner su vida en orden para enfrentar al destructivo Carnage. Con mucho humor, los diálogos entre la dupla protagonista son divertidos, y acción (pero poco argumento), la cinta se estructura de manera secuencial. Los acontecimientos se suceden uno tras otro de manera vertiginosa, como si estuviéramos hojeando un cómic. La elipsis brilla por su presencia.
Venom parece ser consciente de su inmediatez para narrar. De su tono paródico, sobre todo de su dificultad para contar una historia; hay muchos cabos sueltos, por decirlo de algún modo. Sin dudas lo más logrado es cuando interactúan el ET con Eddie, toda una sit com con chistes ocurrentes. Nos alejamos de aquí y hay un desfasaje respecto a los demás personajes.
Michelle Williams está totalmente desaprovechada; o sea las motivaciones de la ex pareja para seguir ayudándose son inexistentes. Y la obsesión de Cletus por Eddie tampoco parece tener una causa muy insondable. Formalmente pop y demencial, pero paradójicamente sin personalidad. Una acumulación de escenas tan amorfas y parasitarias como su simbionte protagonista.