Andy Serkis reemplaza a Ruben Fleischer como director en la secuela de «Venom» (2018), titulada «Venom: Let There Be Carnage», la cual promete subir la vara respecto de la exitosa pero fallida primera parte. La pregunta es: ¿Lo logró o sigue los pasos de su antecesora?
Sabemos que tanto la primera como esta secuela de «Venom» tuvieron varios inconvenientes tanto a nivel creativo como en cuanto al camino que tuvieron que recorrer para llegar a la pantalla grande. La realidad es que no es fácil llevar un personaje tan popular y querido por el público al cine, teniendo una especie de tira y afloje entre Marvel y Sony Pictures que comparten los derechos de toda la librería de personajes de Spiderman. Lo llamativo y extraño es esa especie de antihéroe que delinearon como excusa para justificar una película en solitario de uno de los villanos más icónicos y despiadados de dicho universo, haciendo que se diluya un poco su esencia y tengan que crear un producto diferente que venda entradas a un público +13 y que resulte «querible» para poder darle un marco y un lugar a este personaje dentro de un universo que parece estar gestándose. Esta secuela fue anunciada ni bien se vieron los buenos números de su antecesora y eso hizo que no se busque demasiada justificación o lugar para elevar la calidad del producto.
Este largometraje nos vuelve a traer esa especie de extraña y esquizofrénica relación entre Eddie Brock (Tom Hardy) y el simbionte, Venom, que sigue habitando en su cuerpo, tratando de encontrar o descubrir alguna forma de vivir juntos y determinar una serie de reglas que hagan esto posible. No obstante, Cletus Kasady (Woody Harrelson), un preso que se encuentra en el corredor de la muerte quiere sincerarse con Brock ofreciéndole una confesión para lanzar en los medios. Allí es cuando Kasady termina infectándose con un simbionte y termina convirtiéndose en Carnage, un despiadado adversario para Venom que amenazará a toda la ciudad.
Nuevamente vemos a un Hardy incómodo, con un guion bastante pobre que sigue la línea de su antecesora en cuanto a lo trillado y a lo convencional en sus formas. Incluso la dinámica de Hardy con Venom ya resulta agotadora e insoportable, convirtiendo al protagonista en un personaje insufrible. A su vez, tendremos una catarata de sobreexposición de información y varias secuencias que recuerdan a la entrega anterior como por ejemplo la batalla final que parece haber sido calcada de la primera parte. Harrelson parece ser la decisión más acertada para interpretar a Carnage, pero nuevamente, el guion no ayuda demasiado a darle motivaciones claras o incluso una dimensionalidad. Por otro lado, el CGI parece desentonar otra vez casi en la totalidad de la película, haciendo que todo parezca grotesco, tosco y sobrecargado, al mismo tiempo que se ve extremadamente artificial.
«Venom: Carnage Liberado» es un film fallido, con severos problemas narrativos, efectos visuales que se ven algo anticuados, al igual que el humor que se le intenta imprimir a la obra. Una película que no busca construir algo coherente sino ir vendiendo su secuela (la cual ya está confirmada) y una futura reunión con el Spiderman del universo Marvel.