Los planes para una secuela o los planes para el desastre. El agotamiento de superhéroes de Marvel encuentra, merced a la flamante producción de Columbia Pictures, la enésima puesta en práctica del fenómeno, buscando sacar rédito de un personaje previamente adaptado a la gran pantalla en 2018. Andy Serkis, el otrora Gollem de la trilogía fantástica sobre la obra de J.R.R. Tokien, se coloca tras las cámaras y dirige el guión de Kelly Marcel, sobre el icónico supervillano cuya primera aparición en cómic data desde 1988. Se rodea de un gran elenco: Tom Hardy, Woody Harrelson, Michelle Williams y Naomi Harris se prestan a semejante despropósito, dilapidando cada uno de ellos su potencial interpretativo. ¿Qué falla, concretamente, en “Venom”? Unos efectos especiales completamente descuidados, un humor absurdo pésimamente implementado y una fatigada puesta en práctica en bucle infinito, todo ello confluyendo. La resultante de un producto que se encumbra como el epítome de un Hollywood anémico, consumido por el cine de superhéroes previsible y vacuo que circula, a mansalva, a lo largo y ancho de la cartelera contemporánea. Una copia certificada que omite la palabra originalidad y prescinde de todo argumento sustancioso, en pos de acumular escenas de confrontación en un todo desechables. Sin noción de auténtico ritmo cinematográfico, la elegancia impostada decepcionará al más férreo fan. La superficialidad como regla sine qua non completa la mentada fórmula. Con absoluto desprejuicio y dibujando el contorno de sus personajes con trazo grueso, “Venom” nos recuerda que hay una gran porción del cine industrial evasivo que sustenta su principio de existencia en la incongruencia. Lo peor es que no siente el más mínimo remordimiento.