Venom

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Sopa

Ya pasó con Escuadrón Suicida (Suicide Squad, 2016): los rivales de Marvel contestan sus películas de superhéroes con películas sobre antihéroes en un intento por acaparar el nicho oscuro e irreverente que Iron Man, el Capitán América y sus amigos no poseen, pero el resultado es pura bravata. Venom (2018) cuenta con una premisa bizarra pero sigue un guión rutinario y su ejecución es mucho más genérica de lo pretendido.

Como Escuadrón Suicida, la película ha sido víctima del manoseo de la junta directiva de Sony desde el vamos. Tras una década de producción infernal Venom se estrena con clasificación +13 en vez de la pretendida +18 y con una buena parte de la cinta descartada - la mejor parte, según Tom Hardy, productor y estrella de la película. Mientras tanto los ejecutivos de Sony han invocado los nombres de John Carpenter y David Cronenberg como quien aclama la ayuda de los dioses, pero nada de lo que aparece en la cinta evoca su magia salvo de la forma más cosmética posible.

Eddie Brock (Hardy) es un periodista que lo tiene todo y en tiempo récord todo lo pierde tras acusar al líder de una poderosa corporación de experimentos inhumanos. Sin novia ni carrera y condenado a un dos ambientes en San Francisco un poco menos vistoso que el que tenía antes, Brock infiltra la corporación en busca de pruebas y sale convertido involuntariamente en el portador del voraz parásito extraterrestre que le da nombre a la película. Venom es el Hyde (o el Hulk) de Brock, una criatura demoníaca hecha de dientes y tentáculos que se apodera de Eddie para violentar maleantes y de vez en cuando comerse sus cabezas.

Los mejores momentos de Venom son invariablemente cortesía de Tom Hardy, que una y otra vez demuestra lo bien que hace de alguien falto de amor (propio o ajeno) que ha tocado fondo. Ya esté intentando timonear la esquizofrenia que es hospedar a Venom o sucumbiendo a los impulsos surrealistas del monstruo, el actor compone impecablemente a un perdedor querible y mucho más creíble que la falsa autocompasión que promulgan la mayoría de los Übermensch de los cómics. Pero por cuanto se cargue al hombro la película la estrella se queda corta de salvarla.

La premisa es suficientemente absurda que amerita un enfoque más cómico y desinhibido del que la película recibe. El villano, por ejemplo, es un científico que quiere fusionar hombres con alienígenas para poder venderles bienes raíces en el espacio y es interpretado con absoluta seriedad por un aburridísimo Riz Ahmed. O bien la película podría volcarse a la oscuridad que supuestamente está cortejando en vez de jugar a lo seguro. El espíritu y la estética de Venom reflejan una sensibilidad grotesca afín a la de films como Spawn (1997) y Blade (1998), pero paso a paso el guión sigue el mismo arco narrativo utilizado para retratar cuanta historia de origen ha agraciado el cine de superhéroes durante la última década.

Venom es entretenida a pesar de ser caótica (o quizás gracias a ello) pero la película es un enorme testamento al potencial derrochado del proyecto. La escena post-créditos introduce un prometedor villano interpretado por un excelente actor y deja picando la pregunta de por qué la película no podía utilizarle de punto de partida en vez de amarretearlo para una secuela. Las decepciones se acumulan. El director Ruben Fleischer no demuestra la misma inventiva de su anterior Tierra de Zombies (Zombieland, 2009) para generar humor o miedo, los momentos más absurdos o terroríficos son aplanados por la mundanidad del material, el imponente Venom es reducido a una versión prácticamente infantil y Tom Hardy queda sólo remando un barco que se hunde.