Modelo para calcar
Pareciera ser que existen dos tipos de películas de superhéroes; las ancladas en la serielidad que pertenecen a lo que hoy se llama “universo” y las que pretenden ir por una tangente, casi con autonomía narrativa en relación a un posible ensamble. Venom encarna esta última clase de películas de superhéroes más allá de su pertenencia al mundo de Spiderman. La autonomía sirve aquí solo para contar una historia desde un principio sin ataduras, pero rápidamente esa especie de libertad se licúa. La plantilla del camino del héroe casi no tiene variaciones.
Venom cuenta la transformación de un hombre común en un ser extraordinario. Eddie Brock (Tom Hardy) es un periodista televisivo que tiene su propio show de investigación. En él realiza una jugada arriesgada contra una suerte de Elon Musk llamado Carlton Drake (Riz Ahmed), responsable de un programa de exploración espacial para traer especimenes del espacio exterior. Dicha jugada es una entrevista en la que deja mal parado a este magnate, por lo que su vida se derrumba: es despedido del canal y su novia (Michelle Williams) lo abandona porque fue expuesta en el asunto. La caída de Eddie se conectará con lo que sucede al comienzo, cuando unos simbiontes (parasitos alienigenas) recuperados de una expedición fallida son sometidos a una prueba de compatibilidad con voluntarios humanos, en la búsqueda de un ser superior que mezcle la raza humana con la extraterrestre.
La estrategia del supenso sobre la transformación del protagonista en simbionte no funciona, simplemente porque no es una sorpresa ya que es algo que está presentado en el afiche, ni siquiera hace falta ver un trailer. Además es una situación que tarda en llegar, se aletarga el momento clave con fragmentaciones de esa conversión; por ejemplo en una pelea cuerpo a cuerpo con unos malos calcados de un manual. El desperdicio del concepto sobre la transformación del cuerpo es lo peor de la película. Lo que podría haber sido un gran film mainstream de lo que se conoce como body horror queda relegado a un vehículo para proponer secuencias de acción insípidas, apenas correctas en el mejor de los casos. Ni siquiera hay una exploración sustancial sobre la maldición de un hombre que tiene dentro suyo otro ser que además lo gobierna. Un ejemplo bien desarrollado sobre un personaje dominado por una entidad es Brain Damage de Frank Henenlotter, obra trash y descerabrada que combinaba el terror y la comedia para narrar el costado más border de un momento social.
Muchos dirán que no se le puede pedir, menos exigir, un mapa conceptual de tal tipo a una película de superhéroes, pero lo cierto es que al recortar posibilidades formales y temáticas se limita la historia a un cuadrante muy compacto, que explica lo insulso de esta película y de casi todos los últimos estrenos del género. La ausencia de talento humorístico (lo que pide el papel) en la interpretación de Tom Hardy tampoco colabora en lo que a esta altura es un trajín, que a duras penas se soporta porque no solo el trámite narrativo es espeso sino que todo es predecible; desde las intenciones del bueno hasta el arco de transformación del villano.
Venom es decepcionante porque pudo ser una película de terror dentro del género de superhéroes pero prefiere quedarse en la monotonía del bueno-persigue-al-malo-sobrevive-y-así-tendremos-secuela, siempre y cuando la taquilla explote, motivo por el cual en la actualidad rige el marketing por sobre la decisión artística. Resulta increíble el miedo de los estudios, que deciden hacer una transposición al cine de un comic sobre un antihéroe pero le quitan casi todos las recurrencias del material fuente para moldearlo como un producto casi familiar e inclusivo. Un film sin marcas propias, sin esfuerzo para proponerle al espectador (incluso a los seguidores del comic) alguna variación de ese sendero ya recorrido varias veces en este largo período de superhéroes, que parece manterse vigoroso a pesar de las repeticiones y la falta de frescura en la utilización de modelos transpositivos y extensivos de sus mundos y universos.