UN ANTIHÉROE SIN IDENTIDAD
Teniendo en cuenta la cantidad de años que llevó la concreción del proyecto que es Venom, llama la atención que lo que finalmente tenemos en pantalla sea semejante desastre. Pero a la vez, no deja de ser en cierta forma lógico: hubo tantas idas y vueltas, tantos cambios de directores, guionistas, productores, actores, tonos y metas, que era difícil que el film llegara a poseer la coherencia deseada. Quizás este film centrado en los orígenes de uno de los antihéroes principales del universo de Spider-Man estaba condenado de antemano.
Lo que es seguro es que Venom no tomó en cuenta ninguna de las lecciones dejadas por adaptaciones cinematográficas de cómics como Daredevil, El Castigador o Los 4 Fantásticos: otra vez tenemos esa pose canchera permanente que solo disfraza una constante indecisión respecto a las tonalidades que se deben elegir, los guiños constantes para complacer a los fanáticos del cómic, el cálculo constante en el discurso sobre buenos y malos, la preocupación por diseñar una franquicia que va por encima de la construcción de los personajes. Y claro, las enormes dificultades para plantear un conflicto decente: al film de Ruben Fleischer (que tuvo un gran debut con Tierra de zombies pero después, con 30 minutos o menos y Fuerza antigángster, entró en una caída libre que acá se profundiza) se lo nota desesperado por llegar al encuentro entre el periodista Eddie Brock y la entidad alienígena que invade su cuerpo, sin saber qué hacer en el medio. Por eso tenemos una media hora inicial donde se debería presentar a un personaje con unas cuantas contradicciones –inteligente pero no del todo astuto a la hora de enfrentarse a individuos más poderosos, egocéntrico pero también con unos cuantos problemas de autoestima- que son válidas pero que solo se mencionan desde una enumeración administrativa y aburrida.
Si ese primer acto es estático, superficial y carente de rumbo, la aparición de esa entidad destructiva que es Venom solo tiene el mérito de darle más ritmo a la narración. Es decir, todo va más rápido pero con igual impericia, con lo que básicamente asistimos a un show de morisquetas de Tom Hardy, que hace drama moral, comedia física y hasta algo de suspenso, siempre con comprometida e impostada cara de confundido, y siempre mal, en la que es la peor actuación de su carrera por un campo largo. Podemos intuir que Venom quiere hilvanar una historia de caída y redención, de un villano que aprende a ser héroe y busca impartir su propio modo de justicia, pero todo es tan confuso e incoherente que no podemos menos que recordar esa catástrofe que fue Escuadrón Suicida y darnos cuenta que una reedición era efectivamente posible.
En el medio, Venom se da el lujo de desperdiciar a Michelle Williams como el interés amoroso de Brock y a Riz Ahmed como el antagonista de turno, mientras pretende ser oscura y ácida, pero también seria y solemne –sin que le salga nada de eso-, inunda la pantalla de CGI hasta que todo se vuelve inentendible (el enfrentamiento final bien podría haber formado parte de la saga Transformers) y deja fuera todo componente humano. ¿Quién es Venom? ¿Quién es Brock? ¿Quién son cuando se unen? ¿Cuáles son las acciones que los definen? La película que es Venom no brinda ninguna respuesta, porque se queda atrapada en su propia trampa canchera y banal.