Así como recientemente “Deadpool” pudo inyectar un aire fresco a las alicaídas sagas de superhéroes, “Venom” de Ruben Fleischer, logra conjugar en su propuesta, y en gran parte gracias a la ductilidad de Tom Hardy, un nuevo esquema en donde el antihéroe termina siendo el epicentro narrativo de una trama en la que los poderes especiales, del tipo que sean, dejan el espacio para una crítica profunda sobre la manipulación científica, el capitalismo y mucho más.
Hardy, quien además oficia de productor del film, se calza el traje del extraterrestre “parásito” que acecha en la oscuridad potenciando la “maldad” del cuerpo portador, pero también sus instintos de supervivencia y su capacidad para diagramar planes que puedan, de alguna manera, mantenerlo vivo en el envase.
Si bien mucho tiempo más adelante este “ser” se convertirá en uno de los archienemigos de Spider-Man, en esta oportunidad se narra el origen de la simbiosis Venom/Eddie Brock a partir de un encuentro desafortunado entre ambos. “LIFE” es una siniestra corporación científica que avanza en investigaciones con cuerpos alienígenas que han sido traídos a la Tierra a partir de expediciones no comunicadas por tripulación propia.
En esos viajes, estos seres, que han llegado casi de manera buscada, son puestos, al llegar al planeta, a una serie de pruebas que permitan comprender la posibilidad de potenciar a seres humanos para así, de alguna manera, perpetuar el dominio del siniestro líder del lugar (Riz Ahmed), quien escondiendo en su empresa esta aventura, vende una imagen de espiritual guía con posibles chances de colonizar el espacio.
Así, entre ese espacio de poder y control y el “descontrol” que Eddie, un reportero sensacionalista, mantiene en su vida, es que las dos fuerzas del conflicto de “Venom” avanzan, construyendo con estereotipos y trazos gruesos una alianza que permite que la progresión dramática avance de manera muy precipitada.
Claramente la “Venom” que vemos es una que ya ha pasado por cientos de miles de filtros y recortes en Hollywood, se nota en su preámbulo laxo en el que los personajes son presentados de una manera precisa.
Eddie mantiene un romance con Anne (Michelle Williams), ella, abogada, perfecta, ordenada, impoluta, choca con el descontrol en el que él vive, hasta que se desencadena un conflicto entre ambos a partir de la decidida intención de éste de desenmascarar los verdaderos intentos de “LIFE” por controlar el espacio y sus seres.
A partir de allí, y tras una elipsis, todo se desencadena apresuradamente, la correlación entre tiempo y sucesos no se mantiene, multiplicando las líneas narrativas y la interrelación entre los personajes y sucesos que no hacen otra cosa que desarrollar una estética de relato simil videoclip que imposibilita, por momento, asir los conceptos que se desean transmitir.
Pese a este vertiginoso montaje, en el continuo refuerzo de su progreso discursivo, “Venom” comienza a desarrollar un afecto por su dupla Eddie/Venom, trabajando con éstos la posibilidad de trascender su necesidad de presentarse como productor de acción reforzando el humor como relief para profundizar su transgresión original, que, dicho sea de paso, ha sido suavizada para potenciar en la taquilla su llegada a todas las audiencias.
“Venom” es puro entretenimiento, es pirotecnia verbal y visual en la que la solidez actoral de Hardy, el oficio de Williams, y la capacidad de Ahmed para interpretar casi automáticamente al científico villano de turno, potencian un film que no escapa a esquemas clásicos de narración de películas de héroes, pero que en el camino, bucea sus propias maneras y formas.