No es fácil filmar una película como Verano 1993 sin caer en obviedades y sensiblerías. Carla Simón lo consiguió nada menos que en su ópera prima. Sobre la base de una dolorosa historia personal -una niñez transformada dramáticamente por la muerte de sus padres-, la directora catalana construye una historia conmovedora que refleja decididamente el punto de vista de Frida, esa niña (Laia Artigas, de trabajo impecable) que de repente debe recomponer su mapa sentimental y su vida cotidiana, completamente alterada: sus padres son sus tíos, su prima es su hermana y la ciudad es el campo.
Al principio, la reacción de Frida es lógicamente hostil: su hermetismo, su desconfianza y sus caprichos manifiestan con claridad meridiana la dificultad de un duelo muy costoso. Pero de a poco, gracias a la sensibilidad de un entorno familiar entregado con amor a la tarea de ayudarla, su mundo se va reacomodando. Una de las fortalezas indiscutibles de este sólido debut es la dirección de actores: Carla Simón consiguió un óptimo rendimiento de todo el elenco, en particular de la protagonista, una actriz asombrosamente precoz que se mueve con una soltura admirable. Frida debe asumir una tarea titánica: tomar conciencia del carácter inapelable de la muerte con apenas 6 años. Lo hace sin perder la inocencia ni el espíritu lúdico. Y la película refleja ese tour de force con una luminosidad y una potencia vital inusitadas.