Este primer filme de la directora catalana Carla Simon la proyecta como un nombre a tener en cuenta de ahora en más. No es que nos enfrentemos a una obra que destile originalidad desde lo relatado, sino de la elección del como no es narrado.
Frida (Laia Artigas) tiene 6 años, nada se dice de la razón de su orfandad, empezando a transitar por un atormentador duelo, casi inexplicable a esa edad, casi. Es adoptada, va a vivir con la familia de la tía materna, Ana (Paula Robles) tiene sólo 3 años, es la hija del matrimonio.
La aceptación inmediata por parte de Ana y por Esteve (David Verdaguer), el tío, sin preámbulos ni melodramas, ni golpes bajos, todo de manera natural, da cuenta de la delicadeza con que será retratado el conflicto.
Transcurre el año 1993, lo que está en vigencia y pleno crecimiento devastador es el SIDA, nunca nombrado, pero subyacente de manera constante en el relato,
Relato que presenta una característica interesante, el narrador omnisciente es la directora, es sin lugar a dudas la realizadora, mientras que el punto de vista va fluctuando entre la tía Marga (Bruna Cursi) y Frida, aunque por momentos nos pongan como testigos de las vivencias de ambas y esto se debe a que el relato adopta el punto de vista de la directora.
Todo es un sinfín de situaciones en las que lo que flota en suspensión es la imposibilidad de Frida de circular por su dolor y la inoperancia del mundo adulto, de contener a la pequeña inmersos en su propio duelo.
Posiblemente, simultáneamente a ser una jugada arriesgada e importante en tanto estructura narrativa, sea el motivo por l que la falta de desarrollo del conflicto propiamente dicho haga sentir a la cinta como morosa.
Lo que impresiona para bien es la performance de los actores principales, destacándose las dos niñas, Laia Artigas con una expresividad corporal y en sus ojos no muy comunes en los niños, y Paula Robles que destila frescura y naturalidad, dando cuenta de una muy buena dirección de actores
Basada en las experiencias vividas por la directora, el filme se posiciona no sólo como recuerdo, como un relato en plena revelación, sino que se vive como desahogo.