Castillos de arena
La ópera prima de Carla Simón, Verano 1993 (Estiu 1993, 2017), es un film netamente autobiográfico basado en los recuerdos de la propia cineasta. Cuando sus padres habían muerto, ella, con apenas seis años, tuvo que integrarse a una familia adoptiva al tiempo que iba asumiendo la pérdida de la biológica. Un hecho trágico narrado con sutileza y detalles en un viaje de retorno a la infancia, con sus angustias y laberintos, donde no todo es felicidad, risa y juego.
Verano 1993, escrita por la propia directora a partir de sus recuerdos y sensaciones, está protagonizada por una excepcional Laia Artigas, que encarna a Frida, junto a Bruna Cusí y David Verdaguer en el rol de los tíos. Esta pareja, a su vez, tiene una hija más pequeña que Frida, que acepta a la nueva incorporación, mientras que la recién llegada no termina de encajar en el nuevo hogar. La historia narra, desde el punto de vista de Frida, el proceso de adaptación a una nueva vida junto a sus tíos, tras la muerte de su madre, enferma de SIDA, causal también de la muerte de su padre, tres años antes.
Simón, dotada de un talento excepcional para dirigir niños, pone la cámara a su altura y, a través de la mirada del personaje de Frida, transmite el malestar, el ahogo de ese primer verano que vive con sus tíos convertidos en padres. Pero lo hace con silencios, con pequeñas anécdotas, con miradas escurridizas, con algún abrazo robado y travesuras contaminadas de incomprensión hacia lo que ocurre.
Auténtica y con una delicadeza atípica, Simón nos conduce por la intimidad de esa familia, con sus tareas hogareñas y ese callado temor a que la construcción del nuevo hogar no termine por derrumbar el viejo como un castillo de arena. El desequilibrio que produce la llegada de Frida en el matrimonio de Esteve y Marga, e incluso el contexto social de la época, también se nos presentan a través de la mirada de Frida.
En Verano 1993 se habla de duelo, de dolor y de aceptación, de aprender a controlar las emociones tal vez mucho antes de lo previsto. Pero también de una forma tangencial, ya que nunca se menciona, del SIDA, que a principio de la década de los noventa aún era un miedo extendido y estigmatizado. Y ahí los silencios encuentran una explicación.