El desarraigo, la pérdida y sobre todo la búsqueda del amor, son los tópicos que giran alrededor de esta gran película.
De repente Frida, una niña de seis años, ve que llegan sus tíos a la casa de sus abuelos. Se escuchan susurros, mientras le acomodan el equipaje. Su madre acaba de morir en el hospital y ella se irá a vivir con Esteve y Marga, a una zona rural de Cataluña. Mientras se monta en la parte trasera del auto, sus amigas la despiden con gritos y saludos. Este será el comienzo de una nueva vida.
Frida se tendrá que adaptar a la campiña española y a convivir no solo con sus tíos, sino también con su encantadora primita Anna. Una nena más pequeña y muy curiosa. Más preguntas que respuestas hay en la cabeza de Frida, que a pesar del afecto que le brindan, no logra comprender todo lo que conlleva una muerte.
Basando el film en su historia autobiográfica, la directora logra narrar con precisión y mucha intimidad un relato desde el punto de vista de una niña de seis años. El trabajo con las actrices pequeñas es extraordinario, sumando la química que tienen ambas cuando interactúan frente a cámara.
Todos las sensaciones que Frida experimenta en este doloroso duelo se transmiten con una efectividad que abruma: el desarraigo, el extrañar, el malestar, el enojo… toda una bomba de emociones que estallan en ese llanto tan sentido y desgarrador de la última escena. Los primeros planos en ese rostro cándido, los divertidos juegos, así como los diálogos entre las nenas, están captados con una calidez y una sensibilidad pocas veces vista en la pantalla grande. Chapeau! Carla Simón.