Nostalgia y costumbrismo familiar
El cuarto largometraje como realizadora de la actriz, guionista y cineasta franco-estadounidense Julie Delpy navega mansamente las aguas del costumbrismo familiar. Familia numerosa, por cierto, que a partir de un flashback seminal se reúne en la casa de campo de la matriarca para festejar su cumpleaños. Verano boreal de 1979, fin de una década que Delpy no elige casualmente: la edad de quien dispara el recuerdo coincide aproximadamente con la de la directora, nacida en 1969. “La pequeña niña principal del film, Albertine, soy básicamente yo”, según sus propias palabras. Si el origen del film es entonces la remembranza personal, con esa estación espacial que puede o no caer cerca del lugar del encuentro, en el corazón de Bretaña (el Skylab del título original), Verano del 79 hace de los choques generacionales y políticos, las cuestiones de género y el encuentro entre el ámbito rural y el urbano algunos de sus condimentos esenciales. Si en pueblo chico el infierno es grande, el microcosmos hogareño es trasformado aquí en espejo de la sociedad en su conjunto.
Para retratar al extenso clan, la directora de 2 días en París congregó a un puñado de actores y actrices de carácter y trayectoria, comenzando por Bernadette Lafond y su par Emmanuelle Riva (vista recientemente en Amour), ambas decanas de la nouvelle vague, Eric Elmosnino (a quien resulta difícil separar de su reciente caracterización de Serge Gainsburg), Denis Ménochet y la propia Julie Delpy, quien se reservó un rol importante en el reparto. Y el film ciertamente les saca el jugo, reservando momentos de alta exposición actoral para todos y cada uno de ellos. El principal escollo que encuentra Verano del 79, que en líneas generales escapa de la ñoñez y la sensiblería, es su incompetencia a la hora de hacer de los personajes algo más que simples arquetipos, símbolos de tal o cual forma de ser y pensar. El “loco de la guerra” es básicamente eso, el padre estricto es por definición un tipo de derecha y los personajes de Delpy y Elmosnino –padres de la joven Albertine– parecen sacados de un compendio del buen veterano del Mayo francés. En esa construcción monolítica de sus criaturas y en su obsesión por lograr un tono siempre ligero, Delpy no logra ir más allá de la superficie de las cosas.
Previsiblemente, los conflictos familiares ocupan un lugar relevante en la historia, con una discusión sobre política que deviene en rencilla a alto volumen como punto climático, tormenta que será seguida por la calma. Donde acierta la realizadora, en la segunda mitad de la película, es en el retrato de los personajes más jóvenes. La escena del baile en el pueblo –luego de que Albertine logre bailar con ese Adonis que, ante sus ojos, surge del mar como una Rachel Welch en versión masculina– encuentra en la mirada embelesada de la chica una intensidad que el film, en su conjunto, halla sólo esporádicamente. Mirada melancólica y amable sobre el pasado, Verano del 79 encuentra en el clásico de la chanson setentosa “L’Ete Indien”, de Joe Dassin (que en aquellos años se escuchaba hasta en la sopa, la Argentina incluida), la encarnación perfecta de sus logros y limitaciones: un hit de manual que, escuchado retrospectivamente, dispara algunas emociones genuinas y otras algo embarazosas.