Aquel verano fuiste mío
Verano del ´79 (Le Skylab) es la última película de Julie Delpy, esta actriz y directora francesa que tanto adoramos cuando se movía al ritmo de Nina Simone en Before Sunset.
En esta historia, Julie se corre (en parte) del centro de narración para dejarle ese lugar a la pequeña Albertine, su hija en la ficción. El film se constituye en un gran flashback, donde un matrimonio acompañado de sus hijos toma un tren camino hacia algún lugar, y es ahí donde la esposa empieza a recordar con aquel verano donde en casa de su abuela paterna se reunieron con el resto de la gran familia.
Albertine ha sido criada bajo el pensamiento comunista, idealista, naturista, feminista y varios "istas" más, y con el temor que ese fin de semana se termine el mundo con la caída del satélite Skylab en Bretaña, ciudad donde ellos se encuentran vacacionando. Abuelos, tíos y primos, surgen de amontones que cuesta terminar de diagramar el árbol genealógico de esta familia. Durante un día completo, acompañamos a este grupo en distintas actividades como el almuerzo (y la reiteración de la lluvia), la playa, la cena, el descanso.
En estas veinticuatro horas, la única escena disfrutable es el momento donde todos los primos van a una fiesta vecinal. Allí, Albertine, conoce la atracción del primer amor. Aquel joven que horas atrás había conocido (en la playa nudista) ahora la invita a bailar. Miradas sin lentes, sonrisas y aunque no se vea se sienten las mariposas en la panza a lo largo de ese lento. Terminada la canción, finaliza el amor. Albertine entendió que no hacen falta las lágrimas, es un ser adulto en un cuerpo de once años, ya sufrió con cuando vió Apocalypse Now y el Tambor de Hojalata. Ahora es momento de crecer y así sucede al día siguiente.
Otro hecho para disfrutar de Verano del ´79, es que también encontramos la participación de Albert Delpy, padre de la directora en la vida que ya ha trabajado en sus películas anteriores, como el tío abuelo ralentizado por pastillas y a Emmanuelle Riva como la madre de Julie.
Sería otra película si Albertine se llamara Mónica y la historia estuviera contada desde el joven que solo pudo bailar una melodía con la muchacha, aquel verano. En cambio, la directora se centra en retratar (casi rozando el mismo estereotipo de familia y problemas psicológicos de los personajes de Wes Anderson) una porción de la comunidad francesa a finales de los años ´70.