Humor satelital
Comedia multifamiliar y celebratoriament nostálgica, Verano del ’79 prueba la existencia de una Delpy realizadora (y un humor Delpy) tanto o más loable que la Delpy actriz (o la musical). 2 días en París (y su reciente secuela, 2 días en Nueva York) ya ostentaban ese humor liviano, promiscuo y elegantemente soez, a medias entre la desinhibición europea (y la buena salud de comedias francesas recientes como Les beaux gosses) y el gag neoyorquino (léase Woody Allen, aunque también Larry David).
Pero Verano del ’79 es más europea que otra cosa, en esa familia bretona pantagruélica e histriónicamente fellinesca y en las menciones a Mayo del ’68 y otras agitaciones de época, aunque Estados Unidos esté presente en ese satélite Skylab (título original del filme) que está siempre a punto de caer en plena ribera estival.
La amenaza de esa catástrofe funciona como un falso y absurdo eje argumental que también amenaza con que Verano del ’79 se vuelva un producto menor y televisivo, más digno de un episodio serial extendido que de una película; pero la historia de la pequeña Albertine (una suerte de Delpy infante), que vive su iniciación a la adultez en ese largo domingo junto a sus padres, primos, abuelos, tíos y demás, le da a Verano del ’79 un matiz singular, elogiable por no resaltar lo grotesco ni lo naif ni lo costumbrista.
Y así el filme deja presentes un par de momentos cándidamente intensos (la escena en que Albertine baila con el chico que le gusta, poco antes de que le rompan el corazón por vez primera) y hasta "incorrectos", como cuando la joven protagonista visita una playa nudista para reírse poco más tarde del "matorral" de una conocida de la familia.
A la larga, esos bienvenidos instantes se diluyen en una situación coral que por momentos se hace monótona, además de improvisada y un tanto descuidada: la misma recreación histórica es visiblemente forzada, buscando ser invocada a partir de canciones o de looks de anteojos de sol colorinches y patillas o de charlas sobre la Segunda Guerra Mundial, a la manera de una impostura de raíz nuevamente televisiva.
Cuestiones que no opacan un filme bello y decididamente satelital en tiempos de carteleras flacas, cuyo mayor virtud es no tomarse demasiado en serio y dar vueltas sin problemas y con soltura y sencillez sobre su propio sello "Delpy", uno que no necesita de pirotecnias ni efectismos, evidente en ese Skylab simpático, humano y misterioso tan opuesto a las actuales y sobredimensionadas tendencias apocalípticas.