Un Satélite de Amor
Hace 26 años el gran Ettore Scola lograba una brillante pintura de una típica familia italiana a través de tres generaciones. La película justamente se llamaba La Familia. Se trataba de una obra personal, divertida, dramática que concentraba los diversos puntos de vista de un emblema social y servía para mostrar la sociedad italiana en el siglo XX al mismo tiempo.
Con muchas menos pretensiones y en un breve lapso de tiempo, la actriz devenida en directora, Julie Delpy, decide mostrar las historia de lo que se supone que es su propia familia y a la vez, un poco los enfrentamientos sociales y políticos que existían en la sociedad francesa en el verano del 79.
Precisamente ella se enfoca en el enfrentamiento de la burguesía conservadora de derecha contra los bohemios artistas ambulantes de pensamiento más ligado a la izquierda en un contexto más cercano a la aristocracia campesina que a un ambiente urbano de clase media.
Con la excusa del cumpleaños de la matriarca una familia reúne a tíos y primos para celebrar un fin de semana en una típica campiña.
Viejos rencores, enfrentamientos ideológicos, recuerdos y primeros amores se concentran en esta casa.
Julie Delpy decide poner la cámara en el personaje de Albertine, una niña que está descubriendo su sexualidad, y a la vez, empieza a demostrar su faceta artística, influida por los padres. Esta decisión consigue darle una mirada un poco más inocente al relato y encasillar al film como una narración iniciática.
Además la directora le da una estética intimista, apelando a la cámara en mano y varios planos secuencia que enfatizan la sensación de estar dentro de un núcleo familiar real.
El guión evita caer en un único conflicto fuerte que atraviese el relato, y en una posición más obsecuente, manifiesta micro conflictos que vive esta familia, que podría ser la de cualquiera. En ese sentido el film es efectista consiguiendo empatía con el espectador, que se remite a su propia infancia o crianza acaso.
Hay sutiles pinceladas políticas, un total cuidado de la época en detalles de peinados, vestuario, música e iluminación. La sensación es que bien podría haber sido filmado en el año que sucede la historia. Es imposible no relacionarla con obras clásicas como Melody o Verano del ’42. Pero Delpy decide no emitir un juicio sobre sus personajes ni darle un nivel emocional, sentimental recargado. Ni siquiera en los momentos más románticos de los personajes infantiles hay una intención de generar algo cursi o caer en un lugar común. El sexo es presentado con naturalidad e incluso frialdad.
Más cercano de Jean Marc- Vallé en Mis Gloriosos Hermanos, Delpy demuestra mucha calidez en el diseño de personajes. El casting es más que acertado y hay interpretaciones notables. Especialmente de los actores más jóvenes. Es una sorpresa encontrar a la nominada al Oscar, Emmanuelle Riva – Amour – entre el elenco, en un personaje bastante distinto al que la vimos en la película de Haneke. Irónicamente, la más artificial de todas es la propia Delpy en piloto automático, representando a su propia madre, y por el contrario el verdadero padre de la directora tiene uno de los personajes más notables.
Simpática, tierna, verosimil, Verano del ’79 es una película dinámica, que más allá de contener algunas situaciones forzadas y que el único conflicto que atraviesa el relato sea anecdotario – el temor a la caída del skylab sobre la campina francesa – se suma a una serie de retratos autobiográficos que sirven para contextualizar una época y reflejarse en la pantalla…