De amor, de locura y de muerte
Luis Ortega se ha manifestado, a lo largo de su corta carrera, como uno de los más interesantes realizadores que componen la nueva (o ya no tan nueva) camada de cineastas argentinos. Con apenas cuatro largometrajes en su haber, su obra se caracteriza por poseer una arriesgada búsqueda estética y narrativa poco convencional para los tiempos que corren. Sus trabajos pueden gustar o no pero nunca pasan desapercibidos y eso no es moneda corriente dentro de una cinematografía en la que el riesgo pareciera no existir.
Verano Maldito (2010) es una versión libre inspirada en el cuento Muerte en el hastío del escritor japonés Yukio Mishima. El relato es un viaje de ida a través del calvario que sufre una joven mujer tras la trágica muerte de dos de sus tres pequeños hijos. Julieta -una descomunal composición de Julieta Ortega- irá transformando su vida, y la de todos la que la rodean, en un verdadero infierno, aún sin proponérselo.
Luis Ortega (Monobloc (2005), Los santos sucios (2009)) propone un juego visual equilibrado que en cierto punto sirve como contrapunto con el estado que irá atravesando el personaje. Un espacio equilibrado en donde pareciera que nada está librado al azar compone el mundo que rodea a Julieta y que el realizador sabe plasmar de manera arquitectónica, tiñéndola de una enorme belleza banal. Todo ese orden externo, que en un comienzo definirá la vida de esa familia, se irá contradiciendo con lo que les sucede en el interior a medida que la historia avanza. Si por fuera el orden pareciera no inmutarse –no solo en lo visual sino en todos los personajes que los rodean- por dentro el desorden desembocará en la locura.
Julieta Ortega sostiene su personaje al borde del abismo con una naturalidad extraordinaria. Su actuación logrará conmover hasta el más ajeno de los espectadores. Casi sin palabras, cada gesto, cada mirada, cada movimiento de su cuerpo, serán vitales para transportarnos por la locura que la va poseyendo. Y claro está que Luis Ortega supo captar para incorporar a la trama. Joaquín Furriel la acompaña a la perfección como ese marido que sufre la perdida no solo de sus hijos sino de la mujer que ama y no sabe cómo ayudar. Son personajes que cada uno a su modo descenderán a los infiernos sin intentar salir.
Verano Maldito es una película tan visceral como mental. Una película que vuelve a ubicar a Luis Ortega en el lugar de l'enfant terrible del cine argentino y le otorga el privilegio de ser uno de los pocos directores del que uno espere con ansias cada uno de los proyectos en los que se embarca. Podrá gustar lo que hace un poco más o un poco menos. Sus películas se podrán amar o se podrán odiar pero nunca pasarán desapercibidas. Un director que ha logrado una marca personal dentro de un cine con búsquedas estéticas y narrativas como muy pocas veces se puede percibir y que con cada nueva obra logra reconfirmar. Arte en su máxima expresión.