Luis Ortega construye un film personal en el que se destaca la actuación de su hermana Julieta
Cineasta personal y siempre capaz de construir universos tan densos como encerrados en sí mismos, Luis Ortega consigue con Verano maldito su obra más madura y convencional. Aunque lo convencional del director de Caja negra sea mucho más inspirado e interesante de lo acostumbrado en el cine nacional. El guión que el propio Ortega -junto a Alejandro Urdapilleta- adaptó de un cuento de Yukio Mishima utiliza pocas palabras para contar la historia de una familia en la que todo parece ser perfecto. Hasta que se la mira de cerca.
En un puñado de secuencias, el director enuncia lo suficiente de sus personajes centrales como para que quede claro que bajo el lujoso exterior se esconden complejas relaciones familiares y personales. Sin adornos y apenas con una línea de texto -"¿Esa quién es? Qué linda"-, queda al descubierta para quien quiera oírla la inseguridad que Julieta (Julieta Ortega), la protagonista, lleva escondida entre ropa de marca y tonos displicentes. Ella, su marido Federico (Joaquín Furriel) y sus tres hijos reciben a Tito (Urdapilleta), un familiar caído en desgracia que no parece encajar en su mundo de apariencias y comodidades. Aun así, será el encargado de cuidar a los tres hijos de la pareja mientras juegan frente al mar y su madre duerme de espaldas a la ventana, más allá de todo lo que sucede fuera de la casa que su marido diseñó para unos ricos clientes. Repartiendo el peso dramático entre la subjetiva y algo desviada mirada de Tito y la obsesiva fijación en el cuerpo de Julieta, la cámara de Ortega consigue construir una tensión que anuncia la tragedia que vendrá. Los dos hijos mayores desaparecerán en el mar mientras su hermano menor los mira jugar desde la orilla. A partir de allí, el cuerpo en reposo, suave y seductor de la madre devendrá en envase de un dolor desgarrador, puro nervio a punto de estallar en desvaríos y fantasías destructivas.
La enorme tarea de interpretar el descenso a los infiernos de esa madre desesperada recayó en Julieta Ortega que, al igual que su hermano, consigue su trabajo más maduro. Ausente esposa y mamá primero y paranoica detective de su propia tragedia después, la actriz transmite sus cambiantes y turbulentos estados de ánimo con gestos contenidos, sin recurrir al golpe bajo aunque sin caer tampoco en el desapego emocional.
Cierta insistencia en la repetición de imágenes del lugar de la tragedia y una banda de sonido que por momentos cae en obviedades que el resto del film evita no le quitan mérito a una película tan perturbadora como valiosa.