Una vida de lucha
Emotiva y correcta biografía de Estela Barnes de Carlotto.
La apuesta del debutante Nicolás Gil Lavedra era arriesgada. Llevar al cine a un personaje histórico, vivo, vigente, gravitante, de constante aparición en los medios. Pero este peligro, la posible distracción de la comparación, queda desvirtuado desde el comienzo de Verdades verdaderas...
, cuando Susú Pecoraro demuestra su extraordinario talento para una interpretación casi mimética de Estela de Carlotto. Las actuaciones y la dirección de actores son claros aciertos de la película.
Luego, una virtud que es, al mismo tiempo, limitación: el irrestricto respeto de Gil Lavedra por la figura de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Obviamente, hablamos en términos cinematográficos. En esta conmovedora biografía, vemos, a partir del secuestro y asesinato de su hija Laura, la transformación de un ama de casa y docente en un ícono de la lucha por los derechos humanos. Pero otros abordajes, intimistas, secundarios, como la tensión de pareja entre Carlotto y su marido por la total entrega de ella a la búsqueda de bebés apropiados durante la dictadura, están apenas esbozados.
La película, de producción cuidada y corrección narrativa, se articula en tres tiempos. Predomina un “presente histórico”, que abarca la dictadura y principios de la democracia, en el que vemos a Carlotto con su esposo (notable Alejandro Awada) y sus cuatro hijos (Inés Efron encarna a Laura). Se intercalan, además, bellos y alegóricos flashbacks de Carlotto con su hija cuando era niña; y un presente realista, hecho de militancia, búsqueda incansable y emotividad, como los monólogos de Fernán Mirás y Laura Novoa (hacen de hermanos de Laura), destinado a un archivo por y para jóvenes que aún ignoran sus identidades.
La dupla Pecoraro-Awada logra secuencias de enorme intensidad, con menos apelaciones a la retórica que a la sutil gestualidad, como corresponde en cine. Así transmiten la infinita angustia de no saber dónde está su hija; el efímero alivio de enterarse, por una compañera de cautiverio, que sigue viva; la durísima (y catártica) indignación al reconocer el cuerpo; la esperanza renovada de hallar al nieto.
Sabemos el final (abierto) de esta historia: Carlotto sigue buscando. Para compensar la amargura, que ella sobrelleva con acción y dignidad, la película muestra, a modo de coda, a la verdadera Carlotto y distintos “finales felices”: los de jóvenes que se reencontraron con sus familias biológicas.