TORBELLINO MULTISENSORIAL
“Ese bananero viene de la costa del Paraná –le comenta la vecina de abajo– ¿Te imaginás lo que está pasando por la cabeza del pobre bananero que estaba feliz a orillas del río, en el paraíso y, de repente, vino a terminar en un octavo piso?”. La conversación entre ambas mujeres parece insignificante a simple vista pero permite trazar un paralelismo entre la protagonista brasilera y el árbol volviendo a uno metáfora del otro: los dos se sentían plenos en su espacio de pertenencia; sin embargo, sufrieron un desarriago y debieron readaptarse a esa nueva condición en un departamento de Buenos Aires rodeados de plantas.
Porque, sin lugar a dudas, la vegetación selvática o paradisíaca de aquel balcón de ensueño promete un doble rol: por un lado, se presenta como un lugar de despojo o donde prima el instinto animal. El ejemplo por excelencia es Ana gritando desnuda y de espaldas a la cámara durante una lluvia torrencial. Por el otro, como contacto de la continuidad de la vida no sólo porque se riegan las plantas, sino también por los vecinos realizando sus actividades cotidianas, el tráfico o el pasaje del día a la noche y viceversa.
De esta forma, Kris Niklison realiza un trabajo minucioso centrado en los detalles y gestos para describir lo acontencido en pocos minutos: un zoom in de la protagonista recostada en el sillón, los llamados teléfonicos de la madre, el jefe de prefectura naval y la cochería, la indecisión de ella con una de las valijas y el pasaporte con numerosos sellos que termina en hojas en blanco. Todos estos elementos confirman la muerte del esposo desde el trabajo visual, lo reflexivo y el valor de los propios objetos.
Vergel es una invitación al goce multisensorial: colores vibrantes, texturas, juego de luces y sombras, reflejos, primeros planos, metáforas, disociaciones entre imagen y sonido, posibles sueños, gestos y extrañezas puestos al servicio de la espera, de ese transcurrir del tiempo que parece imperceptible o monótono pero explosivo en el interior de Ana; una oscilación permanente de las pulsiones de vida y muerte, de lo animal, de lo doloroso, del placer, de la culpa, de lo imaginario.
Un cóctel que la directora maneja con habilidad gracias a la combinación de los tres niveles temporales: un pasado exhibido en los objetos del marido o en el video de la cámara de fotos, un presente determinado por la espera en ese departamento de Buenos Aires y un futuro que se deja entrever por la idea de continuidad de vida desde el propio barrio, del crecimiento de la vegetación o del final de la película.
La realidad, el sueño, la posibilidad y la extrañeza contribuyen a ese transcurrir de la espera de Ana, en donde el día y la noche consiguen desvirtuarse, un grupo de vecinos se visten (o no) de monos, la mujer de abajo y ella experimentan toda clase de sensaciones y el hombre de los llamados amenazantes por la deuda del tequila aparenta tocar el timbre a la madrugada. Todo parece posible en ese universo mágico siempre y cuando se cumpla la regla principal: “¡No te olvides de regar las plantas”.
Por Brenda Caletti
@117Brenn