El paraíso en un octavo piso
Esta coproducción argentino-brasileña muestra el duelo de una turista anclada en Buenos Aires.
Una turista brasileña anclada en Buenos Aires a la espera de que la Justicia le entregue el cadáver de su marido. El hombre murió en un accidente durante sus vacaciones, pero la que queda en un limbo es ella. Aunque ese limbo se parece al paraíso: toda su obligada residencia porteña transcurre en un octavo piso con un balcón terraza exuberante, un inesperado Jardín del Edén con vista al cemento de la gran ciudad.
Toda la película sucede en esa jungla urbana. Ahí, esta mujer (muy buen trabajo de Camila Morgado) debe lidiar a solas con el duelo: su único contacto con el mundo exterior, al menos al principio, es el teléfono de línea y la computadora. Habla con su madre, con la dueña del departamento, con los funcionarios judiciales de quienes depende la duración de su estadía. Porque además de enfrentarse a la desolación de una viudez inesperada, tiene que vérselas con la burocracia funeraria: asimilar la muerte de un ser querido puede ser tan difícil como repatriar su cuerpo.
Así que debe compartir sus angustias existenciales con Google: “¿A dónde van los muertos?”, “¿Qué pasa con el alma?”, “¿Existe la realidad?”, le pregunta al buscador, mientras repasa las últimas imágenes de su marido y le escribe poéticos mails que se responde a sí misma. Y trata de entender el significado de palabras como “nicho” o “carátula”. Casi sin intercambio cara a cara con humanos, hasta que la vecina de abajo (Maricel Alvarez) gane protagonismo.
No es fácil pasar del drama más profundo a la comedia de la cotidianidad, y Kris Niklison consigue hacerlo con elegancia, pero sin dejar de lado la emoción. En esa selva de diez metros cuadrados, de una vitalidad contrastante con la tristeza de esta mujer, Eros y Tánatos convivirán en un delicado equilibrio, mientras se suceden días de desolación y expectativa, de marchitar y florecer.