Brasil y Rusia son dos naciones que podríamos considerar totalmente opuestas: sus lenguas no provienen de la misma raíz, sus climas son antagónicos y sus habitantes jamás podrían ser confundidos. Sin embargo, es el cine el que en esta cuestión pone a estos dos países en un mismo plano (que sí comparten la característica de ser de los más extensos en superficie del planeta), con la producción en conjunto de Vermelho Russo.
Esta película del año 2017 cuenta la historia de Manuela y Marta, dos jóvenes amigas brasileras que se mudan durante un mes a Rusia para estudiar teatro en un curso intensivo junto a otros aspirantes a actores, actrices y directores también de naciones latinoamericanas. No es difícil anticipar la clase de problemas que ambas protagonistas tendrán a lo largo de este mes (y quizás sea uno de los puntos débiles de la película): el contraste de las culturas, las dificultades de la comunicación, la distancia respecto de los seres queridos, y la ajenidad que genera estar en la otra punta del mundo. Sin embargo, ese tipo de problemas más esperables es en lo que menos ahonda la historia en sí, poniendo el foco más en la relación entre ellas hacia el desarrollo del segundo acto.
Lo que a priori se ve como un vínculo lleno de complicidad y cariño es en realidad más complejo de lo que parece: a medida que somos testigos de los buenos momentos que estas amigas pasan por el solo hecho de ser jóvenes y estar en otro país, va decantando lentamente sentimientos negativos entre ellas. La sensación de inferioridad de Marta respecto de su compañera es quizás uno de los ejes centrales del conflicto implícito que existe entre ellas, el cual va escalando paulatinamente hasta que explota en una de las mejores escenas de la película, donde ambas protagonistas entablan una discusión de gran realismo. La película recurre por momentos incluso a un metalenguaje: los problemas que los personajes tienen en la vida real son similares o idénticos a los que padecen a quienes encarnan en la obra de teatro que ensayan. A través del reconocido método Stanislavski, el cual aprenden a lo largo de este mes, los actores y actrices del taller van entrando en contacto con sus emociones de una forma que por momentos no se logra distinguir entre lo ficticio y lo real.
Se dejan entrever de igual manera las dudas que tanto Marta como Manuela tienen respecto de su profesión. Marta dice que ya no quiere estar en obras donde el número de personas en el escenario es mayor al del público, mientras que Manuela miente sobre el hecho de haber sido elegida para protagonizar una película del aclamado director argentino-brasilero Héctor Babenco. Ambas están en este viaje realmente sin saber si lo que están aprendiendo les resultará útil o si todo es una gran pérdida de tiempo, lo cual en el fondo no pueden admitir porque estarían resignando el sueño de ser actrices que puedan vivir de y para eso. Vermelho Russo es, en muchos puntos, una historia con la que muchos artistas que luchan día a día pueden sentirse identificados. La realidad de la mayoría de los actores y actrices que habitan las tablas y los escenarios del mundo es más cercana a lo que viven Marta y Manuela que a lo que vemos en los noticieros de espectáculos, donde el lujo y el glamour pareciera ser sinónimo del arte de la actuación.
Vermelho Russo es una película pequeña, que no tuvo mucha repercusión y con un ritmo que a más de un espectador le resultaría lento, pero en poco más de una hora y media reflexiona en profundidad sobre el sentido de la amistad, sobre la búsqueda de aquello que nos hace felices, y sobre todo, si acaso vale la pena seguir luchando por lo que queremos en una realidad que a veces habla una lengua diferente que la nuestra.