Si muero antes de despertar
Ascética adaptación de la novela del brasilero Paulo Coelho, situada en Eslovenia y llevada a la pantalla grande en Japón en el 2005. La nueva versión, de la directora inglesa Emily Young, Verónika decide morir (Verónica decides to die, 2009) mueve la acción a Manhattan. Cien minutos de metraje es demasiado para esta simplona parábola sobre la “conciencia de vida”, exacerbada en sentimentalismo y magra de profundidad.
Desencantada con su vida y recetada con píldoras, Veronika Deklava llega una noche a su apartamento neoyorkino y decide emborracharse y tragárselas todas. El intento de suicidio resbala y despierta de un coma internada en un hospital psiquiátrico privado, donde le informan que a lo mejor le quedan algunos días de vida. No mucho, los suficientes para formar una trama compuesta por un lifting de personalidad, hallar el amor verdadero y aprender que la vida vale la pena vivirla.
Veronika (Sarah Michelle Gellar) es atendida por el Dr. Blake (David Thewlis), el capo di tutti capi del asilo. Los típicos locos de reservorio caminan descalzos aquí y allá. Uno de ellos es Edward (Jonathan Tucker). No habla, pero logra enamorar a la Gellar con sólo observarla fijamente bajo la lluvia, escena que dará falsas esperanzas a todos aquellos que alguna vez creímos que mirar fijamente a la chica que nos gusta es más romántico que perturbador.
Veronika frecuenta rabietas y epifanías poco creíbles. Es depresiva porque es depresiva, y cuando estalla en algún numerito con ínfulas filosóficas en las que diserta con su sufrido doctor acerca de la frívola sociedad posmoderna. Al principio, vuelca un monólogo en off describiendo su vida con amargura; al mismo tiempo se muestran escenas de su cotidianidad que sirven de implícitos.
La trama es lineal y la riegan todo tipo de lugares sensibleros y comunes, pero repentinamente se verá presa de saques oscuros o eróticos que quiebran tanto el soso tono del guión que resuena a gratuito. En otra película, con otro tipo de tono, ritmo o verosímil estas escenas serían bienvenidas, o por lo menos apropiadas; aquí parecen casi de explotación.
El premio consuelo son la blonda Gellar y Tucker, actores competentes, y el pro de David Thewlis, que intenta dar algo de altura a los ya mencionados aforismos. Nada más frustrante que un actor decente sucumbir bajo el peso del personaje de ficción que debe cargar. Intentos de subtramas fallan bajo el mismo principio.
Hay allí afuera 185.000 mujeres que apreciarán esta película (dice el afiche) y otros tantos que podrán mamar de la sabiduría de Coelho sin la molestia de leerlo. Alguien tendrá su epifanía en la sala, su reencuentro consigo mismo, una visión coral de luces y arpas, no cabe la menor duda. Pero no hará ello de Verónika decide morir una buena película.