DUM VIVIMUS VIVAMUS, AUNQUE SEA ESCALANDO UNA TORRE DE 600 METROS
En Vértigo, una joven sufre una pérdida cuando su esposo se cae de un risco mientras los dos se encontraban escalando junto a su mejor amiga. Meses más tarde, Becky es visitada por Hunter, quien intenta ayudarla a salir del pozo depresivo en el que ha estado desde entonces, para enfrentar un nuevo desafío: escalar la torre B67, de más de 600 metros de altura. Esa es, dice Hunter, la única manera de que Becky supere el trauma generado por la muerte de Dan.
Hay, desde el vamos, algunos problemas elementales en el desarrollo de la historia que se nos propone. El primero, menos relevante, es la caracterización más bien pobre de las dos protagonistas, que no son mucho más que una pequeña sumatoria de fórmulas seguidas a rajatabla. Sin embargo, que sea redundante, no significa que la película no se tome algo de tiempo para establecer algún tipo de crecimiento, un arco para la protagonista; el segundo, más incómodo para el espectador, es lo laxo que llega a ser el verosímil con total de justificar las secuencias de acción; dicho de otro modo, el nivel de paciencia que se le exige al espectador para aceptar ciertos escenarios es bastante alto.
Finalmente, no deja de ser curioso el modo en el que Vértigo plantea esa actualización que tanto vemos en este cine de supervivencia de los tópicos literarios clásicos del carpe diem (“aprovecha el día”: invitación al goce de la juventud, antes de la llegada de la vejez), o el dum vivimus vivamus (“mientras vivimos, vivamos”: la conciencia de la vida humana como algo efímero), o el fugit irreparabile tempus (“tiempo insustituible”: el tiempo pasado no puede recuperarse). De estos tres pilares bebe gran parte de este género que muchas veces se cruza con el de acción y muchas otras con el de terror. En general, un buen número de estos largometrajes suelen llevar su despliegue temático un poco más allá de la mera repetición de algunas este esquema básico y lo utilizan como una excusa para el mero despliegue de algún tipo de show o puesta en escena.
En este último grupo entra Vértigo, que no hace más que reproducir, en boca de Hunter, las frases que ya se imaginarán acerca de que solo se vive una vez, en este caso puestas en función de justificar la pulsión un poco suicida de subirse a una torre de 600 metros en mal estado. Pero lo interesante es cómo la película trata este tópico devenido en ideología: la amiga de la protagonista expresa estas ideas sin mayor preocupación, en una suerte de desafío insensato al destino, o mostrando una hybris despreocupada, una actitud soberbia y hasta ignorante ante el acecho de la muerte. Becky, quien ha aprendido de primera mano la gravedad del peligro que conlleva escalar, parece sin embargo ser arrastrada un poco por la presión de su amiga. El sentido común nos diría que la actitud de Hunter debe ser castigada, y que Becky, por dejarse llevar, debería sufrir un destino similar. Sin embargo, hacia la mitad del largometraje, la historia comienza a agregar algunos pequeños condimentos que parecen complejizar un poco las cosas, pero que al final, llevan a una resolución algo contradictoria.
Más allá de eso, que es tal vez lo menos importante en una película sobre dos mujeres atrapadas en una torre altísima, Vértigo logra, una vez aceptados sus torpes argumentos, desarrollar algunas secuencias atractivas y con una buena cuota de tensión. Si podemos ignorar las objeciones anteriores, así como la utilización, en cierto momento de la trama, de un truco narrativo especialmente mediocre y mezquino, la película de Scott Mann logra generarnos algo de emoción y adrenalina.