Las crónicas del miedo 2

Crítica de Jonathan Santucho - Loco x el Cine

Terror en primera persona.

Piensen en esas reuniones con amigos donde todos están empecinados en hacer enfocar sus cuentos, que bailan entre el detalle de la realidad, la percepción y la pura imaginación. Esa extraña candidez, que supera los típicos altibajos de los relatos, es el elemento clave que atrae a la gente hacia la antología. Por eso, no resulta difícil encontrar rastros de esa sensación en Las Crónicas del Miedo, donde un conjunto de voces nuevas del horror y el cine mumblecore (esa mezcla indie de amiguismo, actores amateurs y diálogos casi improvisados) aprovecharon las libertades técnicas, económicas y narrativas de la última tecnología para dar rienda suelta a un sangriento grupo de historias políticamente incorrectas. Aunque el resultado final terminó estancado en el terreno mixto, la reacción de la audiencia garantizó una continuación, por lo cual ahora Las Crónicas del Miedo 2 (V/H/S/2, 2013) trae más realizadores, más tipos de pesadillas y más hemoglobina. Y, de nuevo, los resultados varían entre lo regular y lo singular.

A través de cinco cortos (incluyendo al que provee el marco para los otros cuatro), el polémico subgénero del found footage (o material encontrado) es usado como excusa para unir relatos. Todo arranca con el indiferente segmento Tape 49, de Simon Barrett, que encuentra a dos investigadores privados en una noche normal de trabajo, siguiendo infieles a moteles de mala muerte, para luego filmarlos en el peor momento y chantajearlos (una de las muchas conexiones al voyeurismo que no van a ningún lado). Las cosas se ven interrumpidas cuando les toca visitar el hogar de un joven desaparecido, donde lo más llamativo que encuentran es un rejunte de misteriosos VHS con material snuff (algo curioso, porque todo lo mostrado es filmado digitalmente, así que de entrada el argumento no tiene sentido). Por supuesto, los detectives caerán en el error de ver cassette tras cassette, quedando atrapados en una trampa diabólica.

La primera de las cintas es Phase I Clinical Trials, de Adam Wingard (quien ya participó en el film original y ahora está por estrenar Cacería macabra), que encuentra a un joven recuperándose de un accidente de auto, con una particular prótesis: un ojo biónico. Aunque el aparato le permite ver con normalidad, también corre con la desventaja de ser un instrumento de prueba, que graba todo para luego mostrarlo a la empresa fabricante. Pero la privacidad será el menor de sus problemas (una lástima, porque el subtexto de la premisa sirve sólo como excusa para poder filmar el segmento) cuando su nuevo órgano empiece a hacer que note la aparición de fantasmas. Si bien esto suena bastante parecido a El ojo, la ejecución plana y predecible de estos minutos (que caen en el típico error del susto barato) no se acerca a la efectividad del J-horror de los hermanos Pang.

Después, es el turno de A Ride In The Park, que viene de la mano de Eduardo Sánchez y Gregg Hale, quienes fueron co-director y productor en El proyecto Blair Witch, aquel film que inspiró el fenómeno de la cámara en mano. En esta oportunidad, el film se vuelca al terreno de la comedia, al mostrar los incidentes de un joven que atraviesa un parque a toda velocidad con su bicicleta, grabando todo con la cámara GoPro pegada a su casco. Todo arrancará cuando, tras ver a una mujer perseguida, se encuentre víctima de un grupo de zombies, lo que causará una reacción en cadena digna de verse. Con un buen ritmo y un par de momentos visuales que recuerdan la locura de la violencia splatstick de Sam Raimi y Peter Jackson, este segmento supera la falta de trama gracias al humor y al encanto.

Tras eso, se da lugar al que sin dudas es el mejor segmento del film: Safe Haven, co-dirigida por Timo Tjahjanto y Gareth Evans. Si el último nombre suena familiar, es porque él es el realizador responsable por la obra maestra de acción The Raid. Ahora, se muestra la misma demente pasión al llevar a la pantalla la pesadilla de un equipo de noticias que queda atrapado en los rituales de un culto satánico indonesio. Contar mucho sería un crimen en esta ocasión, así que sólo vale la pena decir que tanto la forma en la cual los directores elevan el clima de tensión e incertidumbre (desde la duda sobre las intenciones de la enigmática secta hasta el terror del explosivo desenlace) como el respeto por la historia fuera del escalofrío merecen ser estudiadas por algunos de los colegas que contribuyen en la película.

Considerando la longitud de la parte anterior (la más larga de la producción), uno creería que la cosa acabaría ahí. Pero, en realidad, todo concluye con Slumber Party Alien Abduction, de Jason Eisener (el maniático detrás del delirio de exploitation Hobo With a Shotgun). Los protagonistas son unos púberes fanáticos de las películas caseras y fastidiar a los demás, que reciben la visita de unas criaturas del espacio. Pero estos no son los extraterrestres de Super 8, sino más bien los típicos aliens grises con ojos largos y negros que gustan de raptar gente. Eso da lugar a la típica y cansada persecución que uno encuentra a montones en Youtube. En resumen, es básicamente lo que promete el título, y nada más.

Como la mayoría de las películas que compilan cortos, Las Crónicas del Miedo 2 es una montaña rusa, debido a las muchas diferencias entre sus realizadores. En algunos casos, hay un dominio del estilo, el mensaje y la pasión del pánico; en otros, sólo queda como memoria el vago y reprochable uso de la cámara movediza. En conjunto, la película queda a mitad de camino. Aunque, como con tantas antologías, las opiniones varían más que lo normal.

@JoniSantucho