Sin historias
Es una obviedad decir que el cine de terror se configuró en torno a la literatura de terror. Es decir el cine, cuando tuvo la necesidad de convertirse en un artefacto para contar historias, hizo suyos los temas y géneros de la literatura. Y más allá de Frankestein o Drácula, el autor más influyente y quien de manera más consciente transformó las bases del género para siempre fue el eternamente desgraciado Edgard Allan Poe, que venía de leer al bueno de Hawthorne e influiría en Lovecraft y llegaría hasta Stephen King. Poe se dio cuenta que un género como el de terror, necesitaba del efecto y todo lo que se construía alrededor debía estar al servicio del efecto. Por supuesto fue el maestro de todos los cuentistas que vinieron después de él. Todo esto para decir que, desde sus inicios, el género terrorífico se ha servido de las formas breves del cuento, y desde hace más de cien años, gracias a Poe, somos bastante conscientes de la necesidad del efecto poderoso dentro de esas historias breves. Las crónicas del miedo 2 es una antología cinematográfica de terror, filmada por un montón de gente que pareciera creer que el género se inventó en 1999 con El proyecto de la bruja de Blair.
La película está estructurada de la misma manera que su antecesora: en este caso, un par de inverosímiles investigadores privados que buscan a un adolescente perdido llegan a una casa bastante terrorífica donde encuentran una habitación llena de videos y muchos televisores. Uno de ellos dice que se va a investigar alguna estupidez por ahí, y la otra (me olvidé de mencionar que era una chica) se queda solita viendo los videos que obviamente serán las historias que conforman la antología. Siempre los realizadores esperan que el espectador suspenda un poco el juicio en pos de disfrutar o creer en la historia, pero hay límites para esto y depende de la capacidad narrativa del realizador para que ese pacto tácito se cumpla. Hay tipos como Spielberg, que por ejemplo en Lincoln introduce una escena absolutamente fuera de registro, con una puesta en escena teatral y actuada con muchísima intensidad, con Day Lewis y Sally Field discutiendo a los gritos por la muerte de su hijo: trueno, rayos y perfección. El andamiaje narrativo de Spielberg es tan sólido que puede permitirse esa escena y encima hacerla memorable. Yo no le voy a pedir a este grupo de directores que sean Spielberg, pero sí que respondan alguna preguntas: ¿por qué la chica se queda sola en la habitación más peligrosa del mundo viendo a oscuras un montón de videos perturbadores? ¿Por qué los personajes se resisten a los formatos digitales y tienen todo un archivo de casetes, cuando incluso se puede apreciar que casi todo lo que vemos en la película fue originalmente filmado con cámaras digitales? ¿Un tipo con una melancolía a prueba de balas pasó todo a formato VHS? En fin, podríamos seguir para siempre.
Además de lo absurdamente inverosímil de la estructura de la película, tenemos otros dos problemas: en primer lugar, la insistencia en este subgénero de found footage, la utilización de esta simulación del registro en crudo cámara en mano que está agotado casi desde su resurgimiento con El proyecto de la bruja de Blair. Incluso tenemos entre el staff de directores de Las crónicas del miedo 2 a uno de los creadores de aquella sobrevalorada película, Eduardo Sánchez. Y por otro lado, la incapacidad de casi todos estos realizadores de contar una historia bien estructurada en 15 minutos. Las cuatro historias son predecibles, tienen un final abrupto y además apelan a los movimientos nerviosos de cámara cuando no tiene nada para mostrar. Podemos adjudicarle el premio honorifico a la originalidad del primer segmento, Phase 1 clinical trials, de Adam Wingrad, donde el personaje principal tiene una cámara digital en reemplazo de un ojo y también al segundo segmento, A ride in the park, de Gregg Hale y Sánchez, que es una especie de 127 horas pero con zombies. El tercer segmento, Safe heaven, dirigido por Gareth Evans y Timo Tjahjanto, es una de sectas siniestras sin sorpresa y poca garra a pesar de la crueldad y el gore brusco al que apela. Del cuarto segmento, Slumber party alien abduction, de Jason Eisner, sólo queda decir que sobra en el metraje y resta puntos al conjunto total.
La antología en el cine de terror ha sido un recurso bastante utilizado a la hora de filmar pequeñas historias y llevarlas a la pantalla grande. Creepshow, de George Romero y Stephen King, la película de La dimensión desconocida en los 80 y hasta Body bags, capitaneada por John Carpenter, son algunos ejemplos rápidos de esta forma de estructura. Sí, todas eran irregulares y cuestionables, pero siempre guardaban la sorpresa de alguna historia extraordinaria y un espíritu lúdico absolutamente ausente en Las crónicas del miedo 2.